
02 Nov La muerte es una brecha
Recuerdo, de niña, haber visto a mi perra enterrar a uno de sus cachorros recién nacidos. No recuerdo el momento del alumbramiento pero sí recuerdo al cachorrillo colgando de la boca de su madre y siendo depositado en un agujero que ella había excavado previamente y que cubrió más tarde con un poco de tierra empujada con los cuartos traseros.
Me impresionó ese gesto tan inteligente, tan misericordioso, sí, porque “dar sepultura a los muertos“ es una de las obras de misericordia.
Lo que entonces me pareció tan humano hoy pienso que quizás es algo más animal y que tenemos un punto más en común con otras criaturas. Claro que, si enciendes el televisor, y ves, por ejemplo, lo que está sucediendo en Gaza, entonces ya no sabes quién es más animal, el perro o el ser humano.
La muerte nos iguala a todas, a todos y a todo. La muerte es el espacio virginal que solo rompemos al abrirnos a la vida nueva. Hoy llevamos flores a nuestros difuntos, como recuerdo de la belleza y de la vida, una vida que, efectivamente, es perecedera, que se aja como las mismas flores.
Quienes creemos en Dios confiamos que la muerte es otro parto, que somos paridos de nuevo a una vida que desconocemos como desconocemos todo aquello que no hemos recorrido.
Nos da miedo la muerte. Unas veces porque dudamos de lo que haya después, o quizás dudamos de cómo hemos vivido lo que ha habido antes. Otras veces nos da miedo porque todo se acaba, porque ya no hay nada más.
El tiempo de vida, digamos, terrena, es un verdadero parto. Nuestros años son como contracciones que nos conducen a ese nuevo nacimiento.
No, no es fácil vivir esta idea. A lo mejor es porque nos creemos demasiado poseedoras de lo que existe, incluso del tiempo, de las decisiones y de los sucesos. No acabamos de encontrar el equilibrio entre la confianza y la aceptación (que no es resignación) y la autonomía y la libertad (que no es arbitrariedad o “caprichismo”).
Dios nos deposita en la vida, confiando, con cada nueva criatura, que vamos a saber redecorar este jardín que hemos convertido en un mercadeo. Cada nacimiento es un nuevo gesto confiado del Creador. Cada muerte es un “pasa al banquete de tu señor”, una brecha que conduce a otra oprtunidad.
Porque, como dice una de las hermanas de la comunidad, “lo que viene después es un banquete, un fiestón, no lo dudes”, a lo cual otra añade: “a mí buscadme en la mesa del marisco”.
Dios Trinidad, en ti vivimos, nos movemos y existimos.