
02 Nov Santos y santas, a montones…
Ayer celebrábamos la fiesta de Todos los santos y hoy la conmemoración de los fieles difuntos. Ambas fechas están unidas, por algo van seguidas en el calendario litúrgico.
Rezar por los santos y santas es agradable. El corazón se nos llena de agradecimiento, de quereres y también de querencias, pero nuestros pensamientos se dirigen hacia las personas que queremos, que han dejado huella en nuestro camino y nos han marcado una senda más ligera, más diáfana.
Las personas santas, las que ocupan un puesto en el calendario oficial, lo son no porque hicieran grandes cosas, grandes milagros, sino porque dejaron que Dios hiciera esas grandes cosas y esos grandes milagros en ellas.
Todas somos susceptibles de tener una peana y una hornacina 😉 .
Podemos ampliar esta idea de oración agradecida en estos días.
Podemos, por ejemplo, orar por las personas que son santas y que viven. Ellas son los bastones de nuestra vida, las que acogen nuestras lágrimas y nos ceden un espacio en su hombro para reposar el cansancio de la cabeza. Las tenemos cerca, geográfica o cordialmente. Son las que empujan nuestra fe, la apuntalan incondicionalmente.
También podemos orar, y esto es un poquito más difícil, por aquellas personas que «nos santifican», es decir, por las que nos caen fatal, las que nos exasperan, las que nos provocan celos y envidia, las que nos irritan o no comprendemos, las que nos cansan, nos asustan y condicionan nuestra vida. Todas ellas, y algunas más, nos dan la oportunidad de mirarnos y rebuscar lo mejorcito de nuestra alma para sacarla a flote: nuestra paciencia, bondad, comprensión, valor, generosidad, afecto, madurez… No siempre podemos hacerlo, esto es claro, no siempre podemos ofrecer esa otra mejilla y avanzar un paso en el camino del evangelio, o el de la bondad (que viene a ser lo mismo) pero sí nos dan la oportunidad de mirarnos y descubrir cómo somos y, una vez reconocido ese yo fracturado, valorar qué podemos hacer, sin masoquismos innecesarios, con la lógica y el equilibrio del evangelio.
Por último (para que luego creamos que «solo» es rezar por los muertos) también podemos rezar, con agradecimiento, con muuuuuucho agradecimiento, por las personas a las que nosotras santificamos. Le damos la vuelta a la tortilla y pensamos en aquellas que nos sufren, aquellas a las que cansamos, enfadamos, que no nos entienden, que nos envidian (y nos lo hacen ver), nos ponen zancadillas, que nos temen, de las que nos burlamos, a las que menospreciamos, relegamos a un rincón, ignoramos, las que no cuidamos o no escuchamos, las que…
Tenemos trabajo estos días.
«Sed santas (santos), porque yo soy santo», nos dice el Señor. Si somos como él, somos como él, y punto, pero hemos de quitar la porquería que cubre esa verdad para que realmente se ponga de manifiesto, salga a la luz.