
03 Ago Cuando el viento amaine, lloverá
Es tal el alboroto de este amanecer que es imposible aclararse.
Dicen que hay galerna en el mar. Lo cierto es que sopla un viento furioso que curva, hasta el suelo, los panojos de nuestra huerta.
Algunas gaviotas vuelan, revueltas, graznando desconcertadas.
Apenas se escucha el canto de un minúsculo pajarillo, atrevido.
El viento lo ocupa todo. El viento y la agitación de los árboles y arbustos, mareados con el trasiego de su balanceo.
Un joven roble mueve sus hojas como castañuelas zarandeadas por un principiante entusiasmado.
De fondo, el mar, siempre el mar, runfando.
Puedo imaginar la grandeza de sus olas, el ímpetu de su choque contra las rocas de los acantilados. Lo imagino. Lo oigo.
La naturaleza está «ajaleada»,
Los árboles sueltan frutos y hojas, sin discernimiento alguno.
No llueve, el viento no lo permite, pero acabará haciéndolo, siempre lo hace.
Cuando amaine el viento, lloverá. El cielo hará su duelo por este tiempo de caos.
Es complicado, en este movimiento, ver nada claro. Será necesario esperar, confiar, aguardar a que llegue un momento de calma que devuelva el orden.
Hay que tener cuidado. La calma, si no está fecundada por la hondura, por la confianza y el atrevimiento, se convierte en rutina, acedia y sequedad.
El inevitable equilibrio del 3.
El perenne equilibrio del 3.
Cómo no.
Quien tenga oídos, que escuche al viento.