
23 May Coser un botón es un arte
Estos días de primavera verde, en los que la lluvia se descuelga lentamente y va tiñendo todo, parece como si la misma tierra respirara con mayor lentitud.
Hay una enseñanza magistral en esa actitud de querer vivir lentamente. Disponemos de un tiempo ínfimo, comparado con la amplitud de la vida, pero es lo suficientemente largo como para poder hacerlo eterno.
Pensaba que bastaba con observar ese transcurrir del tiempo pero me he dado cuenta de que no es suficiente, que necesito sumergirme, embarrarme en lo que sucede, para poder, de alguna manera, hacerme tiempo yo también.
Nada es igual a lo anterior. Esta primavera no tiene nada que ver con la del año pasado. Ayer no estaba sentada en esta silla en la que estoy hoy. Ni siquiera tengo la misma postura que hace dos minutos, y aun con todo, en esa novedad que me regala el tiempo, es la percepción de la lentitud lo que me permite vivir cada momento como una pausada vorágine.
¿En qué momento hemos perdido la capacidad de solo contemplar o de, sencillamente, esperar sin hacer nada más que observar, escuchar, oler, percibir, y dar gracias por todo ello?
¿Cuándo hemos decidido que todo lo que hacemos es tan imprescindible que no podemos sentarnos tranquilamente a coser un botón (aunque no sepas hacerlo bien), escuchar una pieza de música sin hacer nada más, pasear por la ciudad sin pretender llegar a ningún sitio, escribir lo que hemos vivido durante el día, o lo que soñamos, o entrar en una iglesia o cobijarnos bajo un árbol y rezar en silencio, apenas musitando, balbuciendo lo que nace del corazón?
¿Cuándo hemos creído que hacer es más importante que ser y que seremos más reconocidos cuantas más cosas hagamos y no cuanto más auténticos, alegres y agradecidos seamos?
La vida lenta nos permite descubrir a quien tenemos delante, averiguar sus recovecos, deslizar la mirada por los perfiles de su alma y reconocer en esa persona la mirada amorosa de Dios.
La vida lenta nos ayuda a valorar nuestra existencia, a reconocer nuestra fortuna, a no dar paso a la envidia o a la soberbia sino a reconocer que la lista de los positivos siempre es mayor que la de los negativos.
La dureza del corazón se desprende en la lentitud de la vida, hilo a hilo, porque si nos entra la prisa y queremos ver lo que hay detrás sin esperar el momento adecuado, corremos el riesgo de dañar ese corazón.
Cuando tengas que coser un botón, respira, agradece… y no te pinches 😉