
27 Ene La vida da para pensar mucho
Nuestra vida en el monasterio transcurre con cierta tranquilidad durante el tiempo del invierno. Disfrutamos agradecidas del privilegio de vivir en plena naturaleza y poder observar sus cambios, y cambiar también nosotras a su ritmo.
Esto da para pensar.
El monasterio está silencioso. No hay muchos huéspedes en estas fechas, ni personas que se acerquen a orar con la comunidad, salvo para la oración vespertina del sábado (la primera del domingo), ni tampoco muchas visitas.
La naturaleza está silenciosa y nosotras somos parte de ella.
Son días para vivir más hacia dentro, más recogidas, haciendo acopio de fuerzas para la primavera, para poder florecer y dar fruto.
Dicen que los frutales necesitan varios centenares de horas de frío para luego poder dar fruta. Quién iba a decirlo, ¿verdad? La naturaleza sigue enseñándonos que no hay nada porque sí, que todo tiene un motivo, que todo es necesario y por ello mismo es preciso no pasarlo sino vivirlo.
Elige la vida.
Y esto también me da para pensar.
El cielo de la noche está despejado, limpio, agujereado de estrellas, y eso nos dice que hace frío, porque de todos es sabido que, las nubes, a pesar de que oscurezcan la luz o el color, dan calor.
También esto me ronda en la cabeza.
Y en el corazón.
Los amaneceres nos tiñen de escarcha absolutamente todo. La hierba parece una cabellera canosa.
Las gallinas cacarean y de su pico salen pequeñas nubecillas de vapor. Resisten bien el frío, son una raza fuerte, y los pocos huevos que ponen (hay que guardar las energías para generar calor) están calientes.
Dios nos está regalando un enero poco lluvioso, aunque my frío. Ambas cosas estamos aprovechándolas.
Es tiempo de podar y la finca está llena de montoncitos y montonazos de ramas. Unas nos servirán para la chimenea, otras, trituradas, para acolchar la zona de la huerta o para convertirse en compost, y otras se transformarán en humildes artesanías.
Lo de podar es un misterio que necesita concentración y silencio. No se poda de cualquier manera, ni en cualquier momento. El árbol ha de ir adquiriendo un equilibrio. Necesita tener limpio el interior de la copa para que esta esté aireada y el viento se mueva a gusto entre sus ramas una vez llenas de hojas y de flores.
Una poda mal hecha puede estropear la temporada de fruta.
También conviene ayudar a cerrar la herida realizada con el corte, ya sabes, para que no se infecte.
Y esto también me da vueltas en la cabeza.
Y en el corazón.
Son estas semanas muy intensas. El trabajo en la finca es mucho porque hay que aprovechar que no llueve y así podar, acabar de recoger todo lo de la huerta de la temporada pasada, proyectar la nueva temporada, empezar a pensar en los semilleros de flores y hortalizas…
Todo haciéndolo silenciosamente, interiorizando tanta lección vital.
Esto de vivir lleva mucho tiempo.
Y esto también me da para pensar.