ecología suesa

Ecología y sostenibilidad, comercio justo.

Cuando Dios entregó el planeta a la humanidad entera, nos lo dio en usufructo, pero en algún momento de ese “uso y disfrute” nos nombramos propietarias.  Hoy nos encontramos con un planeta que gime como un perro apaleado que, aún así, lame los pies que lo maltratan.

La vocación  monástica está llamada a ser especialmente sensible con este tema. Hace unos cuantos años, antes de que se publicara la Laudato Si, en la comunidad de Suesa comenzamos una reflexión serena, pero a la vez apasionada, sobre la ecología. Más tarde nos pusimos en contacto con un experto para ver cómo podíamos mejorar nuestra huella ecológica, y recibimos la buena noticia de que, de por sí, la vida en un monasterio es altamente sostenible. Los hábitos de pobreza y austeridad ayudan en ese campo. El salto está en no mirar solo la economía sino también la ecología, la sostenibilidad, la necesidad de una vuelta a la sencillez, el bien común, la ética y la coherencia humana y cristiana. Es importante, básico, sentirnos criaturas con el resto de las criaturas, ejercer el señorío sobre la tierra al modo de Dios, es decir, cuidando y ayudando a crecer y multiplicarse. En este despertar del interés por cuidar el planeta, las monjas y monjes podemos tener una palabra importante si nos implicamos. El camino comunitario nos ha empujado a dar, poco a poco pasos, algunos pequeños (comercio local, productos de kilómetro cero, huertos ecológicos, gallinas de razas autóctonas, bombillas led, reguladores de agua en los grifos, productos de limpieza e higiene ecológicos, selección de residuos, aceite ecológico, café, infusiones, ropa y calzado de comercio justo,…), y otros más grandes (placas solares, dispositivos electrónicos sostenibles, construcciones bio,…).  Términos como biotropía o permacultura, no reconocidos todavía por la Real Academia, se deslizan por nuestro vocabulario proponiéndonos otro estilo de vida.

En este campo de la sostenibilidad y la coherencia entra el tema de la economía propia de cada comunidad. Saber qué se hace con el dinero que tenemos en los bancos, qué se mueve, qué genera, o qué “degenera”, y optar. Por eso es importante también que movamos nuestro dinero, o una parte, al menos,  a  los denominados “bancos éticos”[1], entidades que trabajan para que el dinero que se mueve lo haga por cauces más éticos y solidarios.

Este compromiso es para no cejar en lo comenzado, siempre hay que dar más pasos.

Lo importante es haber puesto la “primera piedra”, ser cada día más consecuentes con la responsabilidad adquirida y “ayudar en la sensibilización de otras personas. Esto es labor de todas y todos, y en pequeños o grandes pasos podremos reconciliarnos con la madre tierra.

Como dice el Secretario General de las Naciones Unidas, António Guterres, “estamos en guerra con la naturaleza y hay que hacer las paces”, o en palabras del obispo de Roma: “ha llegado el momento de un cambio de rumbo en la defensa del medioambiente para no robar a las nuevas generaciones la esperanza en un futuro”[2] .

Este es un sueño muy largo y la Iglesia, el conjunto de quienes la formamos, quizás avanzamos con cierta lentitud, con  languidez, pero estamos dando pasos y no podemos decir que dependa “de los de arriba”.

Publicado en Iglesia Viva, enero 2021

Si deseas leer la reflexión completa, pincha aquí.

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[1] No queremos citar los nombres de bancos concretos pero si el lector o lectora tiene interés estaremos encantadas de comentar nuestra experiencia en este campo,  en cualquier otro.

[2] Discurso dirigido a los participantes en la Cumbre sobre la Ambición Climática 2020.