verano suesa

Aquella tarde de verano, aquella.

Sucedió a finales del pasado verano. Habíamos vuelto a Suesa después de dos largos años de ausencia. Los ajetreos de la vida en familia –en la que uno no siempre hace lo que quiere- nos habían obligado a posponer esos días de monasterio. Días que se habían convertido en cita deseada, en costumbre alegre, desde que hace unos años conocí a esta comunidad de monjas por motivos de trabajo (bendita intuición la que me llevó en aquel momento a Suesa).

Decía que sucedió cuando el verano se iba deslizando hacia su final y pasaban los días, temeroso de que no pudiera cumplir con el rito gozoso de pasar unas jornadas en Suesa. Pero se arreglaron las agendas y emergieron del calendario un par de días libres. Dicho y hecho, carretera y manta, maleta y volante, kilómetros y curvas… y Suesa.

Dos años después, setecientos días más tarde, llegué al monasterio, al filo de la tarde dorada por las vísperas. Y de pronto, el escalofrío de sentirse agraciado por la vida, la emoción de compartir el espacio, la oración, la celebración, la fe, la fragancia verde que se colaba por la puerta entreabierta, el frescor de la piedra, la calidez del altar arbóreo, los destellos trinitarios en la vidriera y la presencia de las hermanas. Allí estaban ellas. Allí seguían ellas y seguía todo. Concentradamente en armonía.

Como si nada hubiera pasado. Como si la incertidumbre, los miedos, el desconcierto, el dolor no nos hubiera golpeado en este tiempo en que un virus desmontó certezas, desnudó carencias y descubrió fragilidades. Claro que había pasado todo eso. Y más. Pero la comunidad de Suesa en ese momento, en esa tarde de verano,  se revelaba como un deslumbrante y sereno mensaje de permanencia, de estabilidad, de serenidad en medio de la zozobra. Durante los meses anteriores, las había sentido cercanas en su valiente apuesta por hacerse presentes en las redes sociales, esas plazas a las que salimos todos sedientos de encuentros y abrazos virtuales. Ahora, se confirmaba la certeza: ahí seguían. En sus búsquedas, en sus trabajos, en su recreación de la vida contemplativa, en su acogida, en sus cosas.

Sosiego, esperanza, serenidad, confianza… fueron los sentimientos. Gratitud es la palabra.

Ricardo Olmedo

 

También nuestra palabra es gratitud 😉