El verano se nos llena de Dios.

Todos los tiempos son tiempos de Dios, no hay duda. El invierno,… la primavera…,  el otoño…, pero cada estación tiene su característica y el verano… ,en verano Dios se llena de rostros, nuevos y viejos, que aparecen, por nuestra casa, por nuestra iglesia, por nuestra vida.

Muchas tardes, o muchos amaneceres se nos llena la liturgia de presencias añadidas. Amigos y amigas que quieren compartir un  rato de oración. El coro se impregna de hondura, de relación única con Cristo.

Nos sentimos enriquecidas con el misterio, el Misterio, que habita en cada corazón. La liturgia es aún más sagrada, y las miradas son elocuencias que cuentan la vida transcurrida.

En verano Dios tiene mil nombres.