
29 Nov Esperanza refugiada en un box de Adviento.
No sé si llamarte Esmeralda o Esperanza. Conozco tu verdadero nombre pero lo dejo guardado entre las notas y silencios de mi oración.
No llegué a ver tu rostro. Solo pude ver tus pies, desnudos y hermosos, pies de un cuerpo yacente, sobre la camilla de un box del hospital.
También pude escuchar tu voz, con un timbre que naufragaba en la derrota.
Y tu llanto. Los sollozos que silenciaron, por un momento, el resto de los ruidos de la sala.
¿Por qué lloras?, me habría gustado haber tenido valor para acercarme a ti y preguntártelo. Pero no lo hice. Unos minutos antes habías tenido una discusión (quizás ni tan siquiera fue eso, dadas tus pocas fuerzas) con un hombre que apretaba entre sus dientes sus “no puedo más, no puedo más”.
Al quedarte sola tras la aparente cortina, diste rienda suelta a tu llanto y frenaste así las preocupaciones y pensamientos de quienes estábamos allí.
Estremece el alma escuchar el sollozo de una mujer.
Por eso quiero llamarte Esmeralda, o Esperanza, porque eres piedra preciosa a los ojos de Dios, tesoro escondido en sus entrañas, porque Él mismo deposita en ti la esperanza de salir a flote, de recoger tus lágrimas en su odre, y besarlas.
-¿Cómo estás?
-Mal.
No dudaste ni por un momento.
El médico de guardia hablaba de intoxicación y de llevarte a la planta de psiquiatría.
Tú callabas.
Luego asentiste.
Más tarde regresó el hombre de la discusión. Pero ya no era igual. Sus palabras eran susurros, rozando un poquito la ternura.
No sé en qué momento abandonaste el box. No me di cuenta, quizás me quedé dormida, hacía ya unas horas que un pequeño silencio se había hecho dueño del hospital.
Cuando me asomé a través de la cortina tu box estaba vacío. Un hueco que me gritaba que siempre hay esperanza.
Ese hombre había cambiado sus “no puedo más”, por unas palabras susurradas que invitaban a creer que se puede comenzar de nuevo.
Esperanza, Esmeralda,… gracias por abrirme a tu dolor y dejarme soplar sobre ti la esperanza que nos trae el Nazareno.
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Así empieza este adviento, con la imagen de unos pies desnudos sobre una camilla. Pies que nos invitan a ponernos en camino, a alzar la cabeza, a mirar más allá de la cortina opaca de nuestro box
En este tiempo, cambia tu mirada.
Gracias, H., por compartir esta experiencia.