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El Hacedor de Versos

Dice una amiga que Jesús es el Hacedor de versos. No sé si lo pone con mayúsculas pero me parece un nombre precioso.

Ella lo dice porque está enamorada de las Bienaventuranzas y considera que difícilmente puede nacer algo similar.

Jesús va haciendo versos con cualquier material. Dale tu tiempo y verás lo que crea con él. Dale tu miedo, tu duda, y será capaz de construir un poema con esos materiales. Nada se le pone por delante. Es un poeta, un rapero vitalista.

Jesús es el Hacedor de versos porque él mismo es la Palabra, es el Verbo. Es la Palaba pronunciada por Dios que, con el aliento divino, va colocando las cosas en su sitio, ordenando el caos, ordenando la vida.

En el fragmento del evangelio de hoy (Lc 17, 11-19), Jesús ha escuchado su nombre y ha sido capaz de unir esa palabra a la suya, naciendo así un bello verso sanador. Un grupo de personas enfermas, repudiadas y aisladas han visto cómo el Maestro ha creado un puente (verso) entre su desdicha y su misericordia, salvando así el abismo del miedo, pasando de la incertidumbre al inicio del camino de la plenitud. 

Para encontrarnos con el Hacedor de versos conviene que estemos en el camino, meternos en él. Ahí suceden cosas, muchas cosas. No, claro que no, el camino no agota la presencia del Maestro, eso sería minimizar su capacidad. El camino es metáfora de tu espacio, de tus decisiones y tus actitudes. El camino es también hacerse verbo, en minúscula, acción que busca completar una frase comenzada.

Jesús es el Verbo y es el Nombre, es gramática divina, por eso es el Hacedor de versos, por eso nos llena la vida de belleza y armonía, aunque a veces nos desordene el pelo o el corazón.  Hay versos duros, tristes pero profundamente hermosos, que invitan a la catarsis. Recordemos el cuarto canto del Siervo, en el profeta Isaías… (Is 52, 13- 53.12). Aquí va un fragmento:

Mirad, mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho. Como muchos se espantaron de él, porque desfigurado no parecía hombre ni tenía aspecto humano; así asombrará a muchos pueblos; ante él los reyes cerrarán la boca, al ver algo que nunca se había visto y contemplar algo inaudito. ¿Quién creyó nuestro anuncio? ¿A quién mostró el Señor su brazo? Creció en su presencia como brote, como raíz en el páramo: no tenía presencia ni belleza que atrajera nuestras miradas ni aspecto que nos cautivase. Despreciado y evitado de la gente, un hombre habituado a sufrir, curtido en el dolor; al verlo se tapaban la cara; despreciado, lo tuvimos por nada; a él, que soportó nuestros sufrimientos y cargó con nuestros dolores, lo tuvimos por un contagiado, herido de Dios y afligido…

Hay mucha belleza en estos versos, y mucho dolor, y mucha esperanza.

El Hacedor de versos nos invita a entregarle lo que tenemos, lo que somos, para así poder crear un poema bello. Nos espera en el camino que habitualmente recorremos, confía que gritemos su Nombre para así poder tender el puente que salve cualquier distancia.