
13 Jun Qué es más fácil, ¿dar o recibir?
Hoy, en un grupo de gente, comentábamos cómo llevamos eso de dar y de recibir, dependiendo del carácter de cada cual.
Veíamos que nos condiciona mucho lo cultural, lo familiar, pero, por supuesto, también la particular forma de ser. Coincidíamos en que, por regla general, nos resulta más fácil dar que recibir. Sí, más cómodo. Es curioso. Sobre todo, si hablamos de halagos, obsequios, piropos, a priori, positivos, tenemos cierto mecanismo de defensa que nos impide (ya digo que esto es una regla general y como tal tiene sus excepciones) acoger lo que nos viene, principalmente si es gratis. Dudamos y nos volvemos suspicaces. Pensamos, «¿qué querrá ésta de mí?».
Algo similar nos sucede con el amor de Dios, que nos cuesta creer de verdad, ¡de verdad!, que nos quiere, y tal como somos, con estos flecos y estos pelos. Lo sabemos con la cabeza., «por supuestísimo que me quiere, soy su hija, qué duda cabe». Pues todas, bonita, caben todas las dudas, y si no las tienes, bendita tú, afánate en ayudar a las otras a adquirir esa confianza.
En el evangelio de hoy, Jesús nos dice que somos la sal y la luz. Y punto. Clarísimo.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Vosotros sois la sal de la tierra. (…). Vosotros sois la luz del mundo».(Mt 5,13-18)
Pues no. No nos gusta del todo. No sé si nos queda grande el asunto o es que nos parece imposible que el ingenuo de Dios nos atribuya tales méritos.
¿Cuál es nuestra respuesta ante esa afirmación divina? Empezamos a divagar… “Tenemos que ser la sal de la tierra y la luz del mundo”, “nos dice Jesús que alumbremos, que pongamos alegría en la existencia…”. Ayy, ya empezamos con los «tenemos que…», «deberíamos…».
¡Que noooooooo! ¡Que no tenemos que hacer nadaaaa! (¿no es maravilloso?) ¡Que somos sal y luz! No es que tengamos que ser, ¡es que YA lo somos!
El bueno de Jesús nos afirma eso y solo nos pide, en todo caso, que seamos responsables y cuidemos ese regalazo, que lo usemos, lo disfrutemos y lo compartamos, que no nos dé la tontuna de ocultarnos. Pero, ¿hacer?, nada de nada, nos viene de serie.
Vamos a quitar la pereza, la irresponsabilidad, el desánimo y revistámonos con las armas del optimismo, la alegría y la generosidad.
Y lo demás se nos dará por añadidura.
Si es que… qué manía con complicarnos la existencia, tanto hacer, hacer, hacer, cuando solo hemos de ser, ser, ser…