coche suesa

Donde hay barro y dos, o tres, o más..

Hace un año más o menos, vivimos una experiencia en casa que nos puede dar pie para comenzar esta reflexión. En el traslado de varios fardos de  placas de corcho metimos el coche en una zona de la huerta en la que la tierra estaba muy mojada. Ya imagináis el siguiente paso, ¿verdad? Pues sí, el coche se quedó atrapado. La hermana que estaba conduciendo intentó sacarlo sola. Nada, más se hundían las ruedas en el barro. Poco a poco fueron viniendo el resto de monjas para empujar, pensar y ver cómo podíamos sacar el coche de ahí.  Ya casi nos parecía imposible porque estaba cada vez más enfangado, pero ahí, entre un poco de constancia y paciencia, un poco de fuerza para empujar, unas risas, algún que otro desespero y casi algún enfado, conseguimos sacarlo entre todas.

          Quizá sólo con este párrafo ya estaría todo dicho. Somos Comunidad, crecemos en Comunidad, arriesgamos en Comunidad. Nos reímos, cuestionamos, celebramos, e incluso nos enfadamos en Comunidad. La Comunidad nos acompaña en todos los momentos de nuestra vida, de una u otra forma.

          Nacemos en una comunidad, a la que llamamos familia. Ahí damos nuestros primeros pasos bajo la mirada atenta de quienes nos quieren y celebran cada logro. Y ahí comienza eso de caminar con otras, de dejarse ayudar y también de aprender a soltarse para ir avanzando cada una a su ritmo.

          Vamos creciendo y a la familia se unen los amigos, el colegio y los compañeros de clase, los equipos de trabajo y de juego.  Aunque en algún momento entran en escena los “porque yo lo digo” o “yo decido”, así, en primera persona del singular, la realidad es que pronto se convierte en un “nosotras” porque en las decisiones y pasos que vamos dando van apareciendo interlocutores que nos ayudan a entender, a dar luz a lo que vamos viviendo. Ese café sereno con las amigas para compartirles la decisión que quieres tomar en tu vida, ¿os suena?

          Todo esto que forma parte de nuestro ser personas y seres en relación, también se da en nuestra vida de fe. Formamos parte de la Iglesia, aunque a veces parece que nos queda muy lejos eso de que la Iglesia es algo más que las cuatro paredes donde voy a misa los domingos. La Iglesia es cada una de las personas con las que compartimos la fe, la experiencia de saber que Jesús camina a nuestro lado y da sentido a nuestra vida. Buscar espacios donde compartir nuestra fe, comunidades de vida y referencia, forma parte también de nuestro crecer como personas y como cristianas. La Iglesia es Comunidad.

          Pasan por esta casa muchos grupos de jóvenes y de gente no tan joven que comparten su fe, que buscan vivir unos días de mayor profundización en el seguimiento de Jesús, y quieren hacerlo juntas. Es muy bonito ver cómo van pasando los años y en esas comunidades pasan también las generaciones. Donde antes venía un grupo de jóvenes ahora vienen esas mismas personas con sus hijos. La familia que crece y se ensancha y se comparte en la fe, en la Iglesia, en la Comunidad.

          Poner toda la vida en juego, permitir  conocerte y dejarte conocer,  vivir en autenticidad, es un reto y es una de las aventuras más bonitas que se pueden vivir. Esto, en toda su plenitud, sólo puede vivirse desde la Comunidad.

          Porque la Comunidad es espacio de verdad donde puedes ser tú misma, tú mismo. Cuando te muestras como eres, cuando te entregas con todo, con luces y sombras, cuando eres en verdad, la Comunidad es descanso y tierra donde ahondar las raíces y dejar que se vayan entrelazando las de todas.

          La Comunidad es también espejo y en ella nos vemos. Nos reflejamos tal cual somos, sin maquillajes, sin accesorios. Esto es doloroso, no nos gusta muchas veces ver las cosas de las que no nos sentimos orgullosas, pero forman parte de nosotras, de la belleza que somos y en la que nos sabemos creadas por Dios. La Comunidad nos refleja y se refleja también ahí, y acoge y abraza.

          La Comunidad es diversidad. Nos saca de nuestros ensimismamientos, de nuestros “yoismos”. Nos abre la mirada para contemplar, acoger y respetar lo diferente, incluso a veces lo que puede no gustarnos pero que es riqueza de la otra persona. Es como una aventura de Indiana Jones descubriendo tesoros que no imagina cómo van a ser. Y sí, sí, aventura, porque no siempre es fácil acoger la diferencia, pero cuando das el salto la mirada se ensancha como el horizonte, y en comunidad este salto lo puedes dar de la mano.

La Comunidad hace camino junto a nosotras. No va por delante, ni se queda atrás, camina al lado, porque la comunidad no es tal si yo no estoy. Yo no soy “la” comunidad pero sí soy comunidad. Crecemos juntas, con la experiencia de la vida vivida de quienes van por delante en edad, con la ilusión y la sorpresa de quienes tienen menos años.

La Comunidad es danza, es movimiento, es soltar y saltar con otras. Dios es Comunidad, es Trinidad. Nos invita a ser como él, con él. A ritmar la vida con otras. “Donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo, en medio de ellas” (Mt 18, 20).

          Una canción sugerente para volver sobre esto de compartir, crecer, hacer camino con la Comunidad, en Comunidad:

Deja que entre hasta el fondo de ti…

…Y te invite a bailar esta canción: “Juntas” de La mare