
11 May Contra los demonios, gratitud.
Hace unos días, concretamente el martes pasado, escuchábamos a Jesús decirnos: “La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no se turbe vuestro corazón ni se acobarde”. (Jn 14, 27)
Durante el tiempo de Pascua, este tiempo en el que no solo continuamos celebrando la gran noticia de la resurrección sino que, además, nos preparamos para recibir el Espíritu Santo (pero de esto ya hablaremos en otro momento) nos encontramos a Jesús entregándonos su paz en diversos momentos.
Cómo nos conoce el Maestro, qué bien sabe lo fácil que nos resulta perder la paz y la alegría. Qué empeño tiene en que descubramos que la verdadera paz nace de la experiencia de vivir en su presencia, de permanecer en su amor, ese que se encarna y se expresa en todo lo creado, en todo lo que vive.
Jesús nos deja su paz y seguidamente nos invita a no tener miedo, que nuestro corazón ni sea cobarde ni se acobarde, por jugar un poco con las palabras.
El miedo habita en nuestra mente, es su refugio principal. No sé cómo lo hace pero tiene propiedades en esa zona. Muchas veces vive ahí, acomodado, manejando algunos hilos que condicionan nuestra vida. Creo que su principal alimento es el ego y se lo servimos en múltiples platos, más o menos sofisticados.
Mientras el miedo resida en la mente la cosa no va ni tan mal, el problema empieza de verdad cuando el miedo decide ampliar el territorio y coloniza el corazón. Aquí sí que se complican las cosas. El miedo, en el corazón, empieza a desovar otras criaturas, otros demonios, y nacen la envidia (celos), la falta de autoestima, la duda ante múltiples preguntas (“¿me querrá?”, “¿seré capaz?”, “¿lo lograré?”), la ira, la ingratitud, la soberbia, los complejos…
Entonces sí, entonces se pierde la paz, la que nos dio Jesús, confiando en darnos con ella fortaleza y valor, y se pierde la alegría. Todo se emponzoña. El demonio del miedo ha conseguido lo que quería, y se repanchinga en su territorio conquistado.
Hay un arma eficaz contra ese demonio del miedo, bueno, dos. Conviene utilizarlas cuando percibimos que el miedo empieza a tomar posiciones, preparándose para atacar el corazón. La primera la he citado más arriba, permanecer en el amor de Dios, que no es algo etéreo y volátil, sino bien concreto, encarnado en lo real del cada día.
Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor.
Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud». Jn 15, 9-11
Mantenernos conscientes de que estamos habitadas (esto es, «entusiasmadas», que es lo que significa esta palabra) por el amor de Dios, o mejor aún, por Dios, que es lo mismo que decir por el Amor, nos conduce a la plenitud de la alegría. A ver quién no desea vivir alegremente…
La segunda es la gratitud, el darnos cuenta de todo aquello por lo que debemos dar gracias: las personas que nos quieren (y las veces que nos lo demuestran, de mil maneras, más o menos perceptibles), los logros que hay en nuestra vida, las capacidades que poseemos, los aprendizajes que hemos adquirido también a través del aparente fracaso, la alegría que nos regala la amistad, la presencia constante, discreta, tozuda y fiel de Dios en nuestra vida…
Cuando somos capaces de asumir la vida con gratitud, al demonio del miedo y a todos sus secuaces les resulta mucho más complicado hacernos perder la paz, porque miramos lo que nos sucede con la confianza de que tras ello está una experiencia, una oportunidad. Si no miramos con gratitud entonces la sospecha se adueña de nuestra percepción y se vuelve todo subjetivo y poco bondadoso.
El demonio del miedo habita en tu mente, no le des de comer con esos pensamientos circulares que solo conducen al ego-centramiento.
Comienza el día con un acto de agradecimiento, la paz de Cristo se derramará sobre ti, como la lluvia mansa de la primavera. Entonces sí, algo nuevo empezará a brotar.
Y ahora, piensa lo que quieras, pero por favor, no pierdas la paz.