
13 Abr Via Lucis, para orar con la luz de la Pascua
PASCUA, EL TIEMPO DE LAS PREGUNTAS[1]
Introducción:
Es la experiencia vivida anoche la que nos trae aquí esta mañana. Es la experiencia, el deseo de vivir el encuentro con el resucitado la que nos mueve, hoy también. El anuncio de la Pascua atraviesa hoy nuestra vida, y la de tantas personas que salen a encontrarse con Él.
Se abren ante nosotras 50 días para vivir esa experiencia. 50 días que también es tiempo de preguntas, de búsquedas, de comunión y comunidad, de anuncio. Es el encuentro con el Resucitado, el deseo de encuentro con Él, lo que va a mover nuestros pasos estos días.
Vamos a recorrer este camino a su encuentro junto con quienes en los primeros momentos vivieron esa experiencia. Con las preguntas que se hicieron después de todo lo vivido, y con las que Jesús les hizo para encontrarse con ellas.
¿Quiéres hacerte esas preguntas? ¿quieres dejarte preguntar? y lo más importante… ¿quieres responder?…
Vamos a hacer este Camino de Resurrección con cinco preguntas con las que se abren los relatos del Evangelio de los encuentros con Jesús después de la resurrección. Dejémonos interpelar por ellas… esas preguntas que nos hacen movernos también de nuestra comodidad y nos van a llevar a ser también anunciadoras de Vida, de Libertad, de Paz, de Alegría…
1ª – ¿Quién nos retirará la piedra del sepulcro?” (Mc 16,3)
Lectura:
“Cuando pasó el sábado, María Magdalena, María de Santiago y Salomé compraron perfumes para ir a ungirlo. El primer día de la semana, muy temprano, cuando amanecía, llegaron al sepulcro. Se decían: —¿Quién nos moverá la piedra de la entrada del sepulcro? Alzaron la vista y observaron que la piedra estaba movida. Era muy grande” (Mc 16,1-4)
Reflexión:
Todavía la mañana no había dicho una palabra, y un silencio claro arropaba toda vida. Ningún deslumbre entornaba los ojos, ninguna estridencia irritaba la escucha, ninguna brisa enturbiaba los perfiles. Se asomaba el día con rubor virginal cuando las mujeres de Galilea llegaron al sepulcro. Buscaban ungir el cuerpo con el más tierno perfume de su esperanza macerada.
¿Era solo la certeza del amigo muerto lo que las llevaba hasta la tumba? Habían perdido el tesoro y eran tan débiles y pobres que ya solo podían avanzar desde más allá de sí mismas. ¡El amor hunde sus raíces en el misterio siempre vivo!
La piedra uncida a la muerte por los sellos imperiales había sido robada. En lo oscuro de la tumba se encendió una pregunta, se iluminó una certeza, se insinuó una presencia. La noticia empezó a buscar sus palabras mientras corrían las mujeres sin lastre de tristeza en la piel de sus sandalias.
Jesús ya no está en el sepulcro de piedra. Hay que buscarlo en la noche rota, en la sorpresa del alba, en el pueblo atravesado, en las manos horadadas, en la paz y la alegría, en los nombres que amamos, en los ojos que nos aman. ¡Hay que esperarlo con toda la búsqueda del alma! (Benjamín González Buelta, sj)
Canto
2ª – ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? (Lc 24,5)
Lectura:
“El primer día de la semana, de madrugada, fueron al sepulcro llevando los perfumes preparados. Encontraron corrida la piedra del sepulcro, entraron, pero no encontraron el cadáver del Señor Jesús. Estaban desconcertadas por el hecho, cuando se les presentaron dos hombres con vestidos brillantes. Y, como quedaron espantadas, mirando al suelo, ellos les dijeron: —¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Recordad lo que os dijo estando todavía en Galilea: Este Hombre tiene que ser entregado a los pecadores y será crucificado; y al tercer día resucitará. Ellas entonces recordaron sus palabras, se volvieron del sepulcro y contaron todo a los Once y a todos los demás. Eran María Magdalena, Juana y María de Santiago. Ellas y las demás se lo contaron a los apóstoles.” (Lc 24,1-10)
Reflexión:
Nos fiamos de la gente. Hay una verdad que nos vamos contando unas a otras. De hecho nuestra confianza se remonta al testimonio de aquellos primeros testigos de la resurrección. Ellos pasaron de la vacilación a la seguridad y comunicaron lo que habían visto, oído, experimentado, y lo hacen de tal forma que resulta creíble. La experiencia del resucitado es un fuego que comienza a encenderse y a encender otras vidas. Un fuego que se enciende en la soledad del sepulcro.
Nuestra responsabilidad es convertirnos nosotras en testigos. Nuestras palabras, nuestras acciones, nuestros gestos hablan de aquello por lo que apostamos y nos jugamos la vida. De aquello que nos mueve, que nos inquieta. Somos hoy testigos que transmitimos ese fuego.
Canto – Escuchamos: “Fuego” (CD: Fuego y abrazo de Ain Karem)
3ª – Mujer, ¿por qué lloras? (Jn 20,13)
Lectura:
“María estaba frente al sepulcro, fuera, llorando. Llorosa se inclinó hacia el sepulcro y ve dos ángeles vestidos de blanco, sentados: uno a la cabecera y otro a los pies de donde había estado el cadáver de Jesús. Le dicen: —Mujer, ¿por qué lloras? Responde: —Porque se han llevado a mi señor y no sé dónde lo han puesto. Al decir esto, se dio media vuelta y ve a Jesús de pie; pero no lo reconoció. Jesús le dice: —Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, tomándolo por el hortelano, le dice: —Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo. Jesús le dice: —¡María! Ella se vuelve y le dice en hebreo: —Rabbuni–que significa maestro–. Le dice Jesús: —Suéltame, que todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios. María Magdalena fue a anunciar a los discípulos: —He visto al Señor y me ha dicho esto.” (Jn 20,11-18)
Reflexión:
Quien deja de buscar, quien cree haber llegado al final del camino, quien siente haber alcanzado todos sus sueños, en parte deja de vivir. Nuestra búsqueda tiene mucho en común con esta María que llora a Jesús, entre asustada, agotada y desanimada. Habrá momentos de desconsuelo, y otros de reconocimiento. Sentiremos a veces sequedad, y en otros instantes mágicos percibiremos la hondura, la verdad, la alegría de un Dios que me llama por mi nombre, que me tiene tatuado en la palma de su mano, que me ilusiona. Y, como María, tendremos que acoger la alegría cuando venga, y al tiempo saber dejarla marchar, sabiendo que eso es la vida, una especie de baile, de camino, de canción que no se detiene en un punto único, sino que siempre sigue.
Acoge la alegría como un regalo, disfrútala como un don y sé testigo de ella.
Canto:
4ª – ¿Crees porque has visto? (Jn 20,29)
Lectura:
“Tomás, que significa Mellizo, uno de los Doce, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: —Hemos visto al Señor. Él replicó: —Si no veo en sus manos la marca de los clavos y no meto el dedo por el agujero, si no meto la mano por su costado, no creeré. A los ocho días estaban de nuevo dentro los discípulos y Tomás con ellos. Vino Jesús a puertas cerradas, se colocó en medio y les dijo: —Paz con vosotros. Después dice a Tomás: —Mete aquí el dedo y mira mis manos; trae la mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, antes cree. Le contestó Tomás: —Señor mío y Dios mío. Le dice Jesús: —Porque me has visto, has creído; dichosos los que crean sin haber visto.” (Jn 20,24-29)
Reflexión:
Tocar para ver. Ver para creer.
Enrocarte en la sospecha,
en garantías y cautelas.
Pensar mal, y acertar.
¿De verdad quieres ese camino?
Tú, de la gente, piensa bien,
y acertarás,
aunque te equivoques.
Tú elige creer para ver.
Creer en el amor,
que es posible, aunque a veces
se haga el escurridizo.
Creer en el vecino, que es persona,
y siente, come, ríe y pelea,
como tú, con sus razones y sus errores.
Creer en el futuro, que será mejor
cuanto mejor lo hagamos.
Creer en la humanidad,
capaz de grandes desatinos,
pero también de enormes logros.
Creer en la belleza, individual,
única, que se sale de los cánones
y se encuentra en cada persona.
Creer en las heridas de Dios,
nacidas de su pasión por nosotros.
Entonces verás,
con el corazón desbocado
por la sorpresa y el júbilo,
al Señor nuestro
y Dios nuestro
que se planta en medio,
cuando menos te lo esperas.
José María R. Olaizola, sj
Canto:
5ª – Simón, hijo de Juan, ¿me amas? (Jn 21,17)
Lectura:
“Cuando terminaron de comer, dice Jesús a Simón Pedro: —Simón, hijo de Juan, ¿me quieres más que éstos? Le responde: —Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Jesús le dice: —Apacienta mis corderos. Le pregunta por segunda vez: —Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? Le responde: —Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Jesús le dice: —Apacienta mis ovejas. Por tercera vez le pregunta: —Simón hijo de Juan, ¿me quieres? Pedro se entristeció de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le dijo: —Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero” (Jn 21,15-17)
Dinámica:
Hoy escuchamos también esa pregunta a cada una de nosotras… “¿me amas?”… Vamos a simbolizar nuestra respuesta firmando en la sábana que nos acompaña desde la VP, dejando impresa nuestra firma y en ella nuestro deseo de decirle a Dios Trinidad: “Sí, tu sabes que te quiero” y desde ahí ser anunciadoras y anunciadores de la Buena Noticia de que está Vivo hoy, cada día.
Canto
[1] Textos extraídos de las siguientes fuentes:
- RODRÍGUEZ OLAIZOLA, Jose María: “La Pasión en Contemplaciones de Papel”, Ed. SalTerrae, Santander 2012.
- RODRÍGUEZ OLAIZOLA, Jose María: “Los forjadores de historias”, Ed. SalTerrae, 2014
- GONZALEZ BUELTA, Benjamín: “Un canto de nueva creación. El tiempo de la sensibilidad”, Ed. SalTerrae, 2021
- RODRÍGUEZ OLAIZOLA, Jose María: “Cuando llegas”, Ed. Mensajero, 2021