
06 Abr Reflexión de Jueves Santo
Buenos días,¿cómo estáis?, ¿bien?, ¿ expectantes? ¿Tenéis planes para después de la Pascua? ¿Ya habéis quedado con alguien para comer el domingo? Imagino que más de una persona en estos meses que vienen irá a una boda, una comunión, la graduación de algún familiar o amigo. Vivimos en una sociedad en la que lo más importante son los planes del futuro, volcados hacia lo que va a venir. De alguna manera vemos que lo pasado, pasado está, no volverá, no hace falta prestarle atención. Y lo presente… ¡qué difícil nos resulta vivir en lo presente!
Pues hoy sí que vamos a girarnos por la espalda, y mirar hacia atrás. Nos dicen los antiguos que la Historia es Maestra. Es una experiencia muy arraigada en el pueblo judío, aunque con un matiz diferente. Podríamos decir que así, en esta postura, avanzando de espaldas hacia lo que ha de venir es como camina el pueblo judío en la biblia. Es el pueblo donde nació, creció y murió Jesús de Nazaret. No es porque tiene miedo y no quiere ver el futuro. No, es porque saben que leyendo el pasado, que sí conocen y que sí pueden interpretar, pueden caminar en el hoy hacia el futuro.
¿Cómo andáis de conocimiento de biblia? ¿Sabéis quién es Jacob? ¿Os suenan tres nombres que suelen venir juntos: Abrahán, Isaac y Jacob? ¡Jesús los nombra en dos ocasiones en el Evangelio! Son los padres de la fe para los judíos, los que recibieron la promesa de una gran descendencia que llenaría la tierra. Jacob tuvo doce hijos, y cada uno es cabeza de familia de una de las doce tribus de Israel, es decir de el pueblo de Israel. Que también hace referencia Jesús a ellas en el Evangelio. ¡Vaya!, parece que si conocemos un poco la biblia podremos entender mejor los textos de los Evangelios, y a Jesús mismo.
Nos vamos hasta la historia de José, a quien sus hermanos llamaban el soñador. Y es que se hace famoso no porque sueñe, cosa es habitual, ¿no? (supongo que todos sabemos por experiencia lo que es soñar), sino porque aprende a interpretar los sueños. Y, bueno, claro, aprende poco a poco a interpretarlos, en un proceso. No encontraréis en la biblia, ningún personaje que por ciencia infusa, por un click, se muestre en la plenitud que Dios ha puesto en él, o ella. Moisés, el rey David, o el profeta Samuel, todos tienen un proceso de aprendizaje. Este proceso de aprendizaje lleva a José a la libertad y la reconciliación
Al principio José interpreta los sueños de una manera bastante torpe, la verdad. La biblia nos cuenta que sus hermanos le tenían envidia porque Jacob, el padre de todos, lo quería más que al resto. Un día tiene un sueño y va donde sus hermanos para contárselo. Lo que les cuenta es que ha soñado que todos sus hermanos se postraban a sus pies. Esto les enfada más todavía. Luego tiene un sueño similar y se lo cuenta a sus hermanos y a su padre, que también se enfada y le dice “¿Qué es eso que has soñado? ¿Es que yo y tu madre y tus hermanos vamos a postrarnos por tierra ante ti?” (Gn 37, 10) José está interpretando los sueños poniéndose en el centro de su familia, en plan: ”¡Focos a mi!” Esto le quita la libertad, le lleva a la esclavitud y a la cárcel. Sus hermanos lo venden a unos mercaderes y acaba siendo esclavo prisionero en una cárcel de Egipto. Sin identidad, extranjero en tierra extraña, sin derechos. Pero esto no acaba aquí, aprende a interpretar los sueños desde otra perspectiva. Hay dos presos con él que una noche tienen un sueño que les deja preocupados, inquietos. Le cuentan a José que han soñado un sueño y no hay quien lo interprete. Esta vez José ya no se pone en el centro sino que les dice: —Dios interpreta los sueños; contádmelos.(Gn 40, 8) Su actitud es diferente, ha pasado a hacerse canal de Dios, lo que le llevará a la libertad. Ya no es el protagonista, sino un cauce, pone voz al don que sabe que viene de Dios. Pero, como decíamos antes, no es a través de un click, sino dentro de un proceso. Pasan dos años y esta vez es el faraón quien sueña, le hablan de José y le llevan ante él, ¡ante el faraón mismo! ¿Os acordáis, un esclavo que además está prisionero ante el faraón! Imaginaos el contraste. El faraón dijo a José: —He soñado un sueño y nadie sabe interpretarlo. He oído decir de ti que oyes un sueño y lo interpretas. [16] Respondió José al faraón: —Sin mérito mío, Dios dará al faraón respuesta conveniente. (Gn 41, 15-16)
¿Qué pensáis que le puede pasar a José con este cambio de actitud? Desde este momento la vida de José cambia, no solo sale de la cárcel y deja de ser esclavo sino que pasa a ser el segundo manda más de el país de Egipto ¡quién se lo iba a imaginar!
También se reconcilia con sus hermanos, que le habían tratado fatal. Pero José no guarda rencor, ante el miedo de sus hermanos a represalias les dice: —No temáis. ¿Ocupo yo el puesto de Dios? [20] Vosotros intentasteis hacerme mal, Dios intentaba convertirlo en bien, conservando así la vida a una multitud, como somos hoy. [21] Por tanto no temáis. Yo os mantendré a vosotros y a vuestros niños. Y los consoló llegándoles al corazón. (Gn 50, 19-21)
En toda la historia de José la biblia nos dice que Dios estaba con él, especialmente cuando es vendido por sus hermanos y enviado a Egipto, en la cárcel… En todo el proceso. Es José quien va reconociendo la presencia de Dios, y va colocándose en un lugar que deja espacio a Dios. Este movimiento le lleva a una libertad plena, externa e interna, reconciliada.
¿Hay alguien que quiera ser una persona libre de esta forma? ¿Cómo podemos aprender a serlo? Ya nos hemos dado cuenta de que vivir es aprender, no acertar, sino aprender.
La historia de José habla de la libertad de una persona que aprende a ubicar a Dios en su propia historia, esto es, a discernir. A danzar hacia la hondura de la realidad, entre los propios deseos y la hondura de los deseos de Dios.
Pero, pasa el tiempo y sus descendientes pierden este ritmo, esta dirección hacia lo pequeño y lo profundo. El gran pecado en la biblia es el endiosamiento. Mientras Dios nos diviniza, nos crea a su imagen y semejanza, los seres humanos nos empeñamos en endiosarnos, en quitarle del medio y ponernos en el lugar de Dios. Si el libro del Génesis termina con el final feliz de la historia de José, el siguiente libro nos dice que al morir toda aquella generación: los israelitas crecían y se propagaban, se multiplicaban y se hacían fuertes en extremo e iban llenando todo el país. (Ex 1, 7) Esa fortaleza puesta en ellos mismos hace que vuelvan a caer en la esclavitud. Así que luego vendrá la historia de Moisés, que nos habla de Dios que da la libertad a todo ese pueblo esclavizado. ¿Os suena lo de la zarza ardiente? ¿la zarza que no se consume? Los descendientes de Jacob que gracias a José habían encontrado en Egipto un lugar donde refugiarse del hambre empiezan a ser tiranizados y a pasarlo muy mal. Y Dios no se queda impasible ante su dolor. Se aparece a Moisés y le dice:
El Señor le dijo: —He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos. [8] Y he bajado a librarlos de los egipcios, a sacarlos de esta tierra para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel, (Ex 3, 7.8)
Esta es precisamente el motivo de la fiesta de la Pascua judía, la libertad. Está basada en un texto del Éxodo, en el que Dios dice a Moisés:
Por eso, di a los israelitas: (…) Yo os sacaré de los duros trabajos de los egipcios, os libraré de su esclavitud y os redimiré con brazo tenso y juicios solemnes. Yo os haré mi pueblo, y seré vuestro Dios; y sabréis que yo soy Yahveh, vuestro Dios, que os sacaré de la esclavitud de Egipto. (Ex 6, 6-7)
De hecho es la fiesta más importante, Dios dice: Este mes será para vosotros el principal, será para vosotros el primer mes del año. O sea, el año empezaba en estas fechas.
Los seres humanos aprendemos a través de las cosas que ocurren, de los acontecimientos, de la vida sucediendo. Tenemos sueños, deseos de más, intuiciones que nos atraviesan la existencia, que nos atraen, nos desbordan. Y aprendemos a interpretarlos. La biblia entera podríamos decir que es una historia de aprendizaje, en la que el ser humano va comprendiéndose a sí mismo, el sentido de la existencia y donde Dios va revelándose, y el ser humano va aprendiendo cómo es Dios, y es más, aprende a conocer a Dios y a relacionarse con él.
¿Quién es Dios? ¿Alguien que nos creó para divertirse y se puso a contemplarnos? ¿Juez que encarcela? ¿Malhumorado siempre? ¿Lejos de mis problemas? ¿Papi que me lo da todo? ¿Me educa? ¿me mira, me escucha? ¿cómo puedo conocerlo, aprender a interpretar lo que siento, lo que intuyo?
¿Os habéis dado cuenta de lo que dicen los textos del Éxodo? He visto, he oído, me he conmovido y he bajado para librarlos. Dios ve, escucha, se conmueve, actúa y libera. Os sacaré de los duros trabajos, os libraré de la esclavitud, os redimiré, y…. os haré mi pueblo. Parece que no se queda demasiado lejos de la gente que vive oprimida.
Muchos años después de la historia de el José del Génesis, el evangelio nos cuenta la historia de otro José, el esposo de María, que también es un soñador. Sueña dos veces, en las dos interpreta los sueños como mensajes de Dios y actúa en consecuencia, sin comprender con la razón, pero sí con el ojo interior del corazón. Por estos sueños José acoge a su prometida, María, no la repudia y después huye con María y con Jesús recién nacido a Egipto. Estos sueños le revelan quién es Dios, a quien Jesús llamaba “Abba” y con quien Jesús buscaba una intimidad, de quien Jesús hablaba a las gentes. Dios que, según los textos que hemos visto, ve, escucha, se conmueve, actúa y libera.
Dios mismo dice de Jesús “Este es mi hijo, escuchadlo”
¿Quién es Jesús? ¿Qué quiere decir que es Hijo de Dios? ¿Si es hijo, se parece a Dios? Merece la pena que pongamos los ojos en él. A Jesús le llamaban Maestro, ¿Por qué? ¿Qué enseñaba Jesús? ¿Cómo enseña? ¿A quién enseña?
Para conocer quién es Jesús, podremos hacerlo a través de sus hechos y palabras. Vayamos a la última cena de Jesús. Podemos decir que es una foto-compendio de la vida entera de Jesús.
Pongamos la mirada ahora en aquel lugar. ¿Quiénes están sentados en la mesa? Veamos, hay unos pescadores, que son parientes entre sí, también Leví, un recaudador de impuestos. Está también Simón, uno a quien le apodan el zelote, que es un movimiento nacionalista y violento del judaísmo de la época; está Judas Iscariote, el que le va a entregar. Así que lo que vemos es un grupo bastante diverso, muy heterogéneo ¿qué tendrá que ver con los otros? Pero tienen muchas cosas en común. Según lo que nos dicen los evangelios, los discípulos tienen miedo a las olas y al viento huracanado (Mc 4, 37-39), dudan en la multiplicación (Mc 6, 37), gritan de miedo ante Jesús cuando le ven caminando sobre el agua (Mt. 14, 26), pero luego van de fanfarrones porque se les someten los espíritus (Lc 10, 17-20), o se enfadan cuando alguien que no es de su grupo derrama perfume caro sobre la cabeza de Jesús (Mt. 26, 8), les parece un derroche. Entre ellos hay ciertas tensiones, discuten sobre quién es el más importante (Mc 9, 34), y, claro, se enfadan cuando Santiago y Juan quieren colocarse por encima de los demás (Mc 10, 41).
Y Jesús, que también está en este lugar, ¿quién es? ¿qué relación tiene con todos ellos? Los evangelios nos cuentan que defiende a los discípulos frente a los fariseos cuando, hambrientos, arrancan espigas de un campo, aunque sea sábado (Mt 12,1). Los considera como su familia, los siente muy cercanos, delante de todo el mundo dice señalándolos ¡Ahí están mi madre y mis hermanos! (Mt. 12, 49). Dedica tiempo a enseñarles para que aprendan (Mc. 4. 34) Se relaciona con ellos desde la confianza, a ellos les pregunta ¿Quién dice la gente que soy yo? (Mc 8, 27)
Pero no pensemos en un grupo reducido de elegidos. Sus discípulos es un grupo amplio de hombres y mujeres, aunque no se nombren. Se hace referencia a los Doce es por significado simbólico del pueblo de Israel, acordaos, las doce tribus de los doce hijos de Jacob. Pero no solo a sus discípulos también defiende a la mujer acusada de adulterio, se conmueve con la mujer viuda que va a enterrar a su hijo único, escucha al centurión romano que tiene a su criado enfermo.
Jesús, ve, escucha, se conmueve por ellos, actúa como el mismo Dios.
El libro de la sabiduría os revela también cómo es Dios, dice: Te compadeces de todos, porque todo lo puedes, cierras los ojos a los pecados de los hombres para que se arrepientan. [24] Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que has hecho; si hubieras odiado alguna cosa, no la habrías creado. [25] (…) [26] Pero a todos perdonas, porque son tuyos, Señor, amigo de la vida. (Sb 11, 23-26)
Todos esos discípulos tienen otra cosa común, más potente que los miedos, las dudas, la desconfianza, la prepotencia, todos son atraídos por la persona de Jesús, tienen el profundo deseo de amar como Jesús ama. No son perfectos, le van a abandonar esa misma noche, van a salir corriendo, negándole, traicionándole, ignorándole. Jesús lo sabe, sabe que Judas le va a entregar, sabe que Pedro le va a negar, sabe que los demás van a huir…
Y ¿qué hace Jesús?, lava los pies de todos ellos. Dios lava los pies de todos ellos. El omnipotente, amigo de la vida, lava los pies de sus discípulos.
Y esta es la lección magistral: “¿Entendéis lo que os he hecho? Vosotros me llamáis maestro y señor, y decís bien. Pues si yo, que soy maestro y señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros mutuamente los pies. Os he dado ejemplo para que hagáis lo mismo que yo he hecho. (Jn. 13, 12-15)
La última cena es una “oda a la libertad humana”, es una composición poética, dividida en gestos y palabras que expresan la plenitud humana, y también la plenitud divina. José libertad ser humano, Moisés libertad de un pueblo, Jesús libertad para la humanidad.
Todo esto que os he contado es muy bonito y muy emotivo, pero se queda fuera de nuestras vidas, ¿no? Queda en el pasado si no nos giramos ahora hacia el atrás de nuestra propia vida y hacemos una retrospección de lo que me ha pasado a lo largo de la vida. Si no dedico tiempo a contemplar y ver en retrospectiva que todo lo que me ha pasado (bueno y malo) y me ha llevado a este tiempo. A darme cuenta, poner atención al proceso de mi vida y a Dios actuando en ella. Es como releer mi vida con las letras del amor que hay impresas, un amor que me supera, que atraviesa, me libera y reconcilia. Hay que confiar en Dios, sí, pero ¿cómo? No es a ciegas, nuestra fe está basada en hechos concretos, está apoyada en algo firme, en hechos y palabras intrínsecamente relacionadas. Ahí encuentro a Dios que me mira, me escucha, se conmueve ante el dolor y actúa para devolverme la libertad. Dios que me conoce, sabe de mis miedos, de mis incoherencias, dudas, huidas… y invita a la mesa con personas diferentes a mí aparentemente, pero con el mismo deseo de amar y los mismos miedos, incoherencias, huídas.. y nos lava los pies.
Nos lava los pies a pesar de nuestras miserias, no nos mide por nuestras perfecciones, mira nuestro deseo sincero de amar como ama Él. Nos va demostrando a lo largo de toda la vida que está ahí, con hechos concretos, que cada uno podemos aprender a interpretarlos, a danzar hacia la hondura de nuestra propia existencia, donde nos encontramos con la liberadora presencia de Dios.
Todos cabemos en esta mesa. Todos estamos invitados a amar de esta manera, tenemos capacidad para amar así. Somos imagen y semejanza de Dios.
¿Nos sentamos a la mesa con Jesús?