
22 Mar Por si te has hecho esta pregunta…
¿De verdad preguntas si existe Dios?
¿Por qué haces esa pregunta ahora?
Puedo contestarte que no lo tengo claro del todo, pero que algo muy profundo, dentro de mí, algo muy íntimo, casi recóndito, como una voz tenue, un eco ancestral, me grita en susurros que sí, que existe.
“Levanto mis ojos a los montes, ¿de dónde me vendrá el auxilio?”
Como esa persona que se interroga mirando hacia lo alto, yo también lo hago y miro, y veo, y palpo, y escucho y creo.
Cada mañana, cuando todo está recorrido por la penumbra, ya oigo a los patos jugar cerca de la ría.
Los gallos también cantan, cual incipientes pregoneros.
Tengo los gatos enroscados a mis pies y las gotas del rocío de la noche humedecen las sandalias y mis dedos.
En pocos minutos se incendia el horizonte y se genera un silencio minúsculo.
Cada vez más aves se suman al alboroto de la vida.
Las gaviotas cruzan sobre mi cabeza.
Los cuervos se reparten entre el roble y los cables de la luz.
Y creo.
La ría también se llena de colores, como si a un mal aprendiz se le hubiera caído la paleta de pintura sobre ella.
Hay una voz cercana y amiga, cantos, y el rasgueo de unas cuerdas.
Hay pereza, cansancio, miradas cómplices y cuerpos doloridos.
Alegría en los rostros, concentración, paz y deseo.
Y creo.
“Canten los caminos del Señor”.
La pregunta se ha hecho más pequeña pero no quiero que desaparezca. La duda aumenta la confianza, igual que la oscuridad obliga a aguzar la mirada.
El tiempo también es aliado de la confianza.
¿Necesitas rotundidad?
¿No te es suficiente con la calidez de la experiencia?
Sion decía: «Me ha abandonado el Señor,
mi dueño me ha olvidado».
¿Puede una madre olvidar al niño que amamanta,
no tener compasión del hijo de sus entrañas?
Pues, aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré. (Is.49,15)
Por favor, si te quedan dudas, lee Isaías 49.