
28 Mar No sé si me gustas cuando callas…
“Me gustas cuando callas porque estás como ausente,
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.”, decía Neruda en su conocidísimo poema.
El silencio no es algo ajeno a la vida humana. Nuestros primeros nueves meses, los de gestación, los pasamos en un entorno bastante silencioso. El útero materno amortigua los sonidos exteriores, estamos empezando a construirnos como personas, necesitamos tiempo y ese silencio nutricio.
Algunas personas se sienten más cómodas en el silencio, incluso en un silencio que tiene algo de desierto, de distancia casi física, una especie de exilio elegido.
Otras personas, en cambio, rehúyen el silencio, no saben qué hacer con él ni consigo mismas en esas circunstancias.
Podemos callar, incluso estar ausentes a veces y escuchar las voces desde lejos, pero el silencio que nos ayuda a ser personas sabias es aquel que nos conduce a la comunión, a buscar el corazón de la hermana, a querer mirarla y leerle el corazón.
Si el silencio es guarida de mis tiempos de loba solitaria, entonces no es silencio fecundo y generador de vida.
Las otras voces han de tocarnos, han de rozarnos la piel y el alma. Y hemos de quebrar, con violencia si fuere necesario, ese callar que nos aleja de las otras, esa concentración en el propio ego, porque nos destruye, nos curva hacia nuestro centro equivocado y no nos permite alegrarnos con la belleza de la otra.
Me pregunto por qué callo a veces, y si soy capaz de discernir cuándo mi silencio es de escucha amable y llena de apertura y cuándo lo es de soberbia, negatividad y penumbra.
El silencio entrañable, el que entraña, produce a su alrededor calma y facilita momentos de quietud y de ausencia de palabras innecesarias. Esos momentos en los que puedes mirar a tu hermana a los ojos y permitir que el cariño y la amistad fluya, sin decir nada. Elocuente silencio.
Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.
Así termina Neruda su poema, feliz por la rotura de un silencio que ha intentado compartir pero que ha resultado demasiado parecido a la muerte.
“Sin que hablen, sin que pronuncien,
a toda la tierra alcanza su pregón
y hasta los límites del orbe su lenguaje” Sal. 18
Ojalá nuestra vida sea así de elocuente y “charlatana”, un pregón del corazón, un anuncio del amor que nos habita.