
07 Mar La brecha de mi vida
Esta mañana, aún sin que la alborada hiciese acto de presencia, se percibía la claridad de la noche. Qué cosa tan difícil, ¿verdad?, que la noche sea clara, o que el día sea oscuro. Esto me enseña que los extremos son poco frecuentes, que caminamos más por los senderos de las mixturas y de las tonalidades ambiguas.
Durante la cuaresma nos armamos de pico para hacer una brecha en el muro de nuestras convicciones, de nuestras creencias y seguridades.
En cuaresma podemos plantearnos de verdad quiénes somos, por qué vivimos como lo hacemos, dónde ponemos el acento y la fuerza de nuestra jornada.
Una brecha. Esta palabra, brecha, la relaciono con la oportunidad de ver un horizonte nuevo, que no será blanco puro, que tendrá matices más o menos bellos pero que me ayudará a avanzar y a encontrarme con mi propia verdad.
Cuando reconocemos quiénes somos y colocamos esa verdad ante los demás, entonces sí que se produce la ruptura del muro de lo que creíamos absolutamente ignoto. En esa ruptura se produce el milagro, porque de la mano de la verdad viene siempre la aceptación y con ella la sanación.
En la cuaresma, nuestras limitaciones son las brechas por las que se cuela la luz de la verdad. Una brecha no es un error, no, es una oportunidad, un motivo de agradecimiento porque rompe aquello que estaba clausurado y nos da la ocasión de ver más allá.
Reconocer en nosotras el don que Dios nos ha dado, ese único, preciosísimo, del que somos autónomas poseedoras y del que nadie más sabrá si no lo sacamos a la luz, es una tarea ardua, dolorosa y no siempre exenta de soledad. Pero estamos obligadas a realizar ese trabajo porque tenemos el deber de exponer y manifestar ese trocito de divinidad que nos habita. Si no lo hacemos, si nos escondemos, el puzle quedará incompleto.
Hemos de enamorar y fascinar a las otras poniendo a la luz el amor de Dios que nos atraviesa, sin apuro alguno, con gallardía y asertividad. ¡Esta soy, esta soy y Dios así me quiere, y quien desee ver más que mire a través de la brecha de mis límites, la cual me hace aún más hermosa!
Y quien tenga dudas, que le pregunte a la muchacha del Cantar de los Cantares. Ella sí sabía, sin duda alguna, que era «morena pero hermosa». (Cant 1,5)