Anunciación del Señor

“No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios;

vas a concebir en tu seno y a dar a luz a un hijo.” (Lc 1,26-38)

Hoy, nueve meses antes del día de Navidad, celebramos la solemnidad de la Anunciación del Señor: el momento en que María recibe y acoge el anuncio del ángel de que será la madre del Hijo de Dios.

Es un episodio que escuchamos varias veces al año: en Adviento, en fiestas marianas… Y también es un escena que hemos visto tantas veces en películas e imágenes que seguro que tenemos fijada en nuestra imaginación.

Hoy, ya adelantado el tiempo de Cuaresma, podemos contemplar el silencio en que María acogió el Anuncio que se hizo Palabra viva en ella.

Hay varios términos para referirnos a alguien que oye algo: oyente, público, espectador/a, crítico/a… Sabemos que nada de esto le encaja a María. Ella era la Escuchante, porque vivía en un silencio que no necesitaba llenarse de cualquier cosa, un silencio que tampoco era de juicio ni de pasividad. El silencio que la habitaba era el de la confianza, la libertad y la generosidad. Su corazón sencillo no es ingenuidad, sino apertura a la comunión que se le ofreciera.

En aquel silencio Dios la encontró, de aquel silencio brotó su sí, en aquel silencio siguió escuchando a su hijo y así siendo discípula.

En nuestro silencio es donde caen a menudo las propuestas de Dios, como una gota de agua que resuena cuando la casa está en silencio, como las brasas chispean cuando hemos dejado de hablar alrededor de la hoguera.

En la anchura del silencio podemos acoger el más allá, lo que no cabe en la estrechez de nuestros planes, lo que viene de Dios.

Oración: Trinidad Santa, no nos lo acabamos de creer, pero tú nos quieres y nos necesitas para estar presente en el mundo.

No dejes que nos cansemos de habitar el Silencio.