luna suesa

La luna llena me representa

El domingo pasado Dios nos regaló una bellísima luna llena. Creo recordar  que algunas personas llaman a esta luna “de nieve”, imagino que por ser febrero uno de los meses más fríos del año.

La luna era espectacular, casi tan bonita como la de enero (es una debilidad) pero es que, cualquier luna llena es preciosa, con su carga de simbolismo, de poesía y de luz.

No hay problema para pasear por la huerta alumbrada solo por la luna, no se necesita nada más, salvo una buena chaqueta. Es bonito descubrir tu sombra creada por algo tan natural, sin artificios, tu sombra que te precede o que te sigue pero que está ahí, incondicional.

Contemplando esta pelota anclada en el firmamento recordaba algunos momentos vitales relacionados con la luz y con la oscuridad, con la penumbra y la alborada.

El brillo de la luna procede del sol, ella solo refleja la luz del acalorado astro. Cuando está llena, como el domingo pasado, es capaz de reflejar en torno al 10% de la luz del sol.

Pero ha de estar llena.

Con esta idea me quedé.

¡Necesito estar llena para poder reflejar la luz!

Entonces derivé mi pensamiento a mi vida de fe, no porque quiera cuantificar lo que reflejo o no, sino porque me doy cuenta de que necesito llenarme cada vez más de Dios para poder reflejarlo. Cuanto más llena mayor será el reflejo, más nítido, más real.

Llenarme para que se le vea más a Él.

¡Llenarme, llenarme, llenarme!

Es verdad que hablamos muchas veces de la necesidad de vaciarnos, pero ahora podemos darle la vuelta a la idea y ser conscientes de que sí, que hemos de vaciarnos, pero no estar vacías, sino vaciarnos para llenarnos de la presencia de Dios, de su luz, y así reflejarlo e iluminar el camino, de tal manera que sea Dios sombra por delante o por detrás de quien se ponga en marcha.

Cada una sabemos de qué hemos de vaciarnos, ¿verdad?

Porque lo que nos llena es solo Uno.

Bueno, Uno en Tres 😉