
31 Ene Metros o kilómetros: movimiento esencial
Hay viajes que son cortos en distancia pero largos en significado.
Hay movimientos, pequeños, como el de cerrar una puerta, o abrir otra, que expresan un cambio de vida.
Hay gestos, imperceptibles, que sugieren un nuevo horizonte.
El 31 de mayo de 1887 un grupo de monjas trinitarias recorrió los escasos kilómetros que separan Villaverde de Pontones, donde habitaba, de Suesa, donde iba a empezar a habitar.
Ese breve viaje, apenas una excusión, significó el inicio de una nueva época en el monasterio que actualmente ocupamos. El edificio era nuevo, sin estrenar, como las ganas de las hermanas por establecerse en él y comenzar un nuevo tiempo.
En casa, esta casa que ocupamos actualmente un pequeño grupo de hermanas, celebramos con gratitud esta jornada. No queremos pasar por alto nada de lo que la experiencia comunitaria pueda enseñarnos.
No tenemos intención de movernos de lugar, al menos no por el momento, quién sabe lo que nos deparará el futuro y el Espíritu, pero sí queremos apropiarnos de ese espíritu inquieto de nuestras antepasadas para vivir abiertas a lo nuevo, con atrevimiento y confianza.
Moverse, dentro de nuestra querida Iglesia, no siempre está bien visto, como tampoco lo está propiciar cambios, empujar mojones, abrir ventanas o tirar tabiques pero “en verdad, es justo y necesario” hacerlo.
Lo importante es saber que el tabique que se tira no es un muro principal de la casa., por eso se necesita quitarlo despacio, para ver si algo esencial se tambalea, en cuyo caso, humildemente, se rectifica y se continua por otro sitio.
La Ruah de Dios sopla cuando y donde quiere (menos mal). Desconocemos cómo será la vida monástica del futuro, cómo será nuestra comunidad, pero no queremos vivir agarradas a lo que tenemos, negándonos a los vientos que soplan y que nos mueven a atrevernos (“con temor y temblor”, ciertamente), a reconocer que la vocación (la llamada) siempre es de Dios y nuestra únicamente la respuesta, que ha de ser viva, gratuitamente viva, pro-vocativa
Una de los matices más hermosos de nuestra Iglesia es su pluralidad, la inmensidad de su espacio, en el que cabemos todas y todos. Queriendo imitar la diversidad de Dios Trinidad, la Iglesia se abre a lo diferente, a lo distinto. La Tradición no está reñida con la apertura, con la novedad, al contrario, la Tradición nos abre a enriquecernos con otros tonos y matices.
No, la vida monástica no es la guardiana del santo grial. La vida monástica es espacio de frontera, de apertura y libertad. A lo largo de la historia, en algún momento, nos han confundido los acentos.
Hoy, que recordamos a nuestras antepasadas con profundo agradecimiento por ese sencillo gesto de atreverse a recorrer unos pocos kilómetros para comenzar de nuevo, confirmamos también nosotras, la actual generación de monjas trinitarias de Suesa, que queremos vivir abiertas a que el Espíritu de Dios nos mueva, metros o kilómetros, por dentro y por fuera.
Así que, amigas y amigos, contamos con vuestra oración para no dormirnos en los laureles, que ha de ser un sitio harto incómodo 😉