Sábado XXX del tiempo ordinario

“Cuando te inviten, ve y ocupa el último puesto.” (Lc 14,10)

 

Estas son unas palabras de Jesús sencillas y fáciles de entender, pero nos cuesta tanto seguirlas… Jesús entendía de banquetes: los evangelios nos lo presentan a menudo comiendo con todo tipo de gente. Debía de ser un gran observador, que comprendía todas las caras y gestos que se ponen en estas situaciones: quien siente éxito, quien desprende orgullo, quien alaba a otra persona con hipocresía, quien busca relaciones que le pueden beneficiar, quien siente que no se le reconoce como se merece, a quien le pesa la humillación por el lugar que le ha tocado…

Jesús nos propone salir de todo esto y entrar en otra dimensión. La dimensión en que ya no nos miramos por los puestos que ocupamos, por lo que tenemos, sino por lo que somos. Nos invita a que, cuando miremos a otra persona, no veamos la marca de su ropa, su trabajo, el barrio donde vive. ¿Cambia nuestra mirada cuando nos enteramos de los estudios de alguien, o de sus viajes, o de sus logros?

Ser capaces de escoger el último puesto revela que sabemos de nuestro gran valor a los ojos de Dios. Lo sabemos, y nos lo creemos. Así, no sentimos que tenemos que demostrar nada a nadie. Ni nuestros dones, ni nuestro esfuerzo, ni nuestros conocimientos, influencias, responsabilidades… Sabemos de nuestra dignidad, y que todo lo hemos recibido. Y lo entregamos cuando hace falta, nada más ni nada menos.

Podemos decidirnos a caminar hacia el último puesto. Abrirnos a lo que nos encontraremos allí, al final de la mesa, donde no llegan los codazos ni las zancadillas, ni la envidia ni la hipocresía, ni el interés ni las apariencias. Es difícil, porque desde pequeños nos enseñan a querer estar arriba. Pero es posible. Y si lo dice Jesús, merece la pena.

 

ORACIÓN

Guíanos, Trinidad Santa, hacia el último puesto.

Queremos ver la vida desde allí.