narciso suesa

Narciso y el olvido de vivir

Vamos a recordar hoy la historia de Narciso, ese personaje mitológico tan popular que ha dado nombre a una flor.

Narciso era un apuesto joven que encandilaba a gran número de muchachas. Él no las hacía el menor caso, le bastaba con quererse a sí mismo. Una de ellas, la ninfa Eco, estaba perdidamente enamorada de Narciso pero no se atrevía a hablar con él ya que sobre ella pesaba una terrible maldición: solo podía pronunciar la última sílaba dicha por la persona con la que hablaba. Con esa limitación, ¿cómo podía declararse a Narciso? Finalmente, Eco, con ayuda de los animales logra decirle a Narciso lo mucho que lo quiere. Narciso se burla, ¿enamorarse él de una muda? Eco, desesperada, se recluye en una cueva para siempre. Némesis, diosa de la venganza, decide castigar la burla de Narciso y lo maldice: solo podrá enamorarse de sí mismo. Un día, el joven se asoma a una laguna para refrescarse y al verse reflejado en el río, se enamora totalmente de su propio reflejo y se zambulle en el agua, muriendo ahogado. En el lugar en el que perece nace una flor, la flor del narciso.

Vaya, la moraleja es clara, ¿verdad?

Cuando nos miramos demasiado al espejo, cuando dirigimos nuestra atención excesivamente sobre nuestra propia persona, nos olvidamos de los demás. Olvidarse de los demás, en cristiano, es olvidarse de vivir, perecer ahogadas en nuestro propio ego.

Darnos cuenta de que somos sal y luz (en tiempos de Jesús la sal y la luz eran elemento imprescindibles para vivir, no como hoy en día) nos sirve no para recrearnos en nuestra propia belleza o grandeza sino, como dice el Maestro, para que nuestras obras den gloria al Padre, para que las miradas se dirijan siempre hacia Dios y su bondad.

No es fácil anteponer los intereses ajenos a los propios, pero es el único modo de ir avanzando como personas, como humanidad.

Por supuesto, todo desde la humildad, que ya sabemos que es “andar en verdad”, es decir, con asertividad, astuta y mansamente, asumiendo los logros y reconociendo los fracasos.

Mirarse continuamente es olvidarse de vivir.

Imagen: Eco y Narciso, de Waterhouse