
25 Abr Y vio Dios que todo era muy bueno.
Esta es la idea que queremos trabajar en la comunidad durante este tiempo de Pascua. Os invitamos a hacer lo mismo.
Durante la cuaresma nos propusimos vivir la “cuaresma de la no queja”, y no ha sido del todo fácil, la verdad. Hemos descubierto la facilidad con que la queja se transforma en palabra audible o en gesto visible (un mohín enfurruñado, un alzar la ceja, un cambio del tono de voz, una mirada más turbia…).
Ahora queremos ser más conscientes de que “todo es muy bueno”. Tampoco va a ser fácil encontrar bondad en “todo” lo que nos sucede, pero quizás podamos ser más benevolentes con “algo” de lo que nos sucede.
Percibir bondad en lo que ya de por sí sentimos como bueno no tiene mérito. El logro reside en extraer bondad y belleza de aquello que nos hiere, nos molesta, nos duele o nos agrede. Descubrir la magnificencia en un cuadro de Velázquez o de Van Gogh (por citar autores muy disparares pero muy reconocidos) es fácil porque lo vemos, lo captamos y entendemos. Encontrar algo similar en Magritte, Ángeles Santos o Lygia Clark, nos cuesta más, ya que hemos de tirar de lo sensorial, lo emocional y apartar la lógica y lo predecible.
Con este ejemplo queremos decir que la bondad a veces se esconde en lo aparentemente feo e incomprensible, o en lo anodino. La mayor parte de nuestra vida sucede en la mediocridad no en la espectacularidad. Y no pasa nada, necesitamos esa cotidianidad que transcurre serena para poder pasar del caos al orden.
En nuestra vida abundan las dificultades, unas veces grandes y otras pequeñas, y afrontarlas, traspasarlas, como se traspasa la cruz, nos ayuda a descubrir una parte esencial de nuestra alma que tenemos sin desarrollar. Para esto tenemos que intuir que aquello que nos está sucediendo puede ser bueno, que quizás en esa herida que se nos abre hay un germen de vida aún por descubrir. Esto nos llevará al agradecimiento, a saber mirar como Dios lo hace, no escabulléndonos de las batallas sino haciendo frente al enemigo hasta asumir su energía.
Podemos agarrarnos a las heridas de Cristo resucitado. No solo tocarlas sino apoyarnos en ellas, son la expresión más visible de la vida, la constatación de que el camino se va forjando entre la sangre, el agua y el hueco.
Ver que todo es bueno es un aprendizaje, un proceso, como lo es el de la resurrección. Ese “tercer día” no es un periodo cronológico preciso, es un suceder, un transcurrir, y a cada una le llevará el tiempo que sea preciso. No te canses, confía. Pase lo que pase, lo que pasa es Dios.
Es importante, en todo este intento de descubrir la bondad de las cosas y los seres, hacerlo con alegría y con paz, no sea que el esfuerzo finalmente suceda en vano, y la sutil sombra del victimismo se nos esconda entre los pliegues de la ropa y de la mirada pues no podríamos ver más bondad.
Imagen: fragmento de «Un mundo», de Ángeles Santos