
14 Abr REFLEXIÓN DE JUEVES SANTO
Comenzamos este día de Jueves santo, este día del amor fraterno, o sororal. También se considera que es el día de la institución de la eucaristía, pero la verdad es que me parece a mí más importante darnos cuenta de lo del amor fraterno o sororal que lo de la eucaristía. Estoy segura de que Jesús valora más que nos amemos a que vayamos a misa, ¿no?
Hablemos un poco de amor, de amor humano y amor divino, que es el amor que vive Jesús, que exhala Jesús.
Nos gustaría amar como ama Jesús, ¿cierto?, con esa capacidad de entrega, de dar respuesta al proyecto de Dios, con esa intuición para acercarse a los demás, para saber qué hacer y cómo estar junto a quienes lo necesitan.
En muchas ocasiones salta una voz en el corazón que nos excusa y nos culpabiliza diciendo: “yo no tengo esa capacidad de amar”, “yo no sé”, “no puedo”, “mi corazón es más mediocre”, “ya lo he intentado y no me ha salido, es más, me llevé un buen chasco”, “amar así solo puede hacerlo Jesús y algún santo o santa de los de peana”…
Bueno, antes de bloquearte con tantas excusa o con tantas objeciones, párate, escucha, ábrete a lo que sucede a tu alrededor, extiende tus sentidos, afínalos, a amar se aprende dejándose amar, y después, amando.
Comenzamos estos tres días largos para poder experimentar el amor de Dios. Generalmente nos planteamos las jornadas de retiro como oportunidad para mirar hacia dentro, ver en qué punto del camino estamos, qué elementos necesitamos modificar o eliminar para vivir con mayor libertad o verdad. Es cierto, necesitamos frenar el ritmo y adentrarnos entre las sombras y las luces de nuestro interior para poder caminar con mayor claridad y percepción de la vida. Los días de Semana Santa se prestan a darnos cuenta del gran ejemplo que nos dio Jesús, de su sacrificio, de su abnegación y respuesta definitiva. A partir de esa reflexión podemos hacer dos cosas:
1) Sacar el látigo y flagelarnos, reconociendo lo mediocre de nuestra vida, nuestro pecado, siendo conscientes de que por nuestras limitaciones Jesús se hizo hombre y murió en la cruz para salvarnos, o
2) plantearnos vivir estos días como un tiempo para experimentar el amor de Dios. Permitirnos flotar en su amor, dejarnos mecer por su generosidad, como cuando sube la marea y flotas sobre la mar tranquila.
En realidad es eso lo que celebramos, el amor entregado de Dios a través de la persona de Jesús.
Jesús nos hace el regalo de su vida, de su tiempo, de su experiencia vital. Podremos llegar a amar como él reconociendo su amor en nuestra vida, dejándonos impregnar por él, aceptando su ofrecimiento de amarnos sin condiciones, al estilo del Padre.
Si eres capaz de experimentar el amor absoluto de Dios en tu vida entonces podrás reconocer también el amor absoluto de Dios en la vida de cualquier otra persona.
Esto es muy importante, porque así es como se gesta el amor fraterno, el amor sororal. Tienes que mirar al otro con la convicción de que Dios también quiere vivir en él.
A veces sorprende, y cuesta, o no se entiende, pero el amor es un misterio, como lo es Dios.
La comunidad humana será redimida por el amor (recordemos aquella conocida frase de Dostoievsky: “La belleza salvará el mundo”), pero no solo por el amor de Cristo sino por el amor que tú también te empeñes en esparcir a tu alrededor.
Ninguna circunstancia de tu vida, ni actual ni pasada, es excusa para que tu día a día sea una suma de enfados, tristezas, pataletas, revanchas o como sea que reacciones ante lo que te cuesta o no te gusta de los otros.
Si eres sujeto del amor de Dios, eres también sujeto para desarrollar ese amor hacia los demás.
No digo que sea fácil.
Tampoco fue fácil para Jesús, ¿de verdad crees que porque era hijo de Dios le costó menos?
Os invitamos a no empeñaros en nada estos días, a dejaros querer, a aceptar ser servidas y servidos por el Maestro, permitir que os lave los pies, que os invite a sentaros a su mesa, permitir que os mire sin rencor sino con comprensión cuando le neguéis o le rechacéis, aceptar su perdón y su amor, sin victimismos, sin culpabilidades. Que este día sea preludio de la fortaleza del domingo.
No tienes que hacer nada.
No tienes que ser nada.
No tienes que pretender nada.
Solo tienes que estar, relajarte y ceder, abandonarte en el amor gratuito.
Pero, ¡cómo nos cuesta dejarnos querer!, no controlar el amor que recibimos…
La respuesta de Jesús viene dada tras toda una vida respondiendo tanto en lo pequeño como en lo grande. No en vano recordamos su frase “quien es fiel en lo poco, es fiel en lo mucho”.
La locura del amor de Dios por cada una de nosotras nos la ha narrado Jesús en la parábola de los viñadores asesinos (Mc. 12, 1-12).
Se puso a hablarles con parábolas:
Un hombre plantó una viña, la rodeó con una tapia, cavó un lagar y construyó una torre; se la arrendó a unos viñadores y se marchó. Cuando llegó la vendimia, envió un criado a los viñadores para cobrar su parte del fruto de la viña.] Ellos lo agarraron, lo apalearon y lo despidieron con las manos vacías. Les envió un segundo criado; y ellos lo maltrataron y lo injuriaron. Envió un tercero, y lo mataron; y a otros muchos: a unos los apalearon, a otros los mataron. Le quedaba uno, su hijo querido, y lo envió en último término, pensando que respetarían a su hijo. Pero los viñadores se dijeron: Es el heredero. Lo matamos y la herencia será nuestra.] Así que lo mataron y lo echaron fuera de la viña. Pues bien, ¿qué hará el dueño de la viña? Irá, acabará con los viñadores y entregará la viña a otros] ¿No habéis leído aquel texto de la Escritura: La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular; es el Señor quien lo ha hecho; y nos parece un milagro?
Veamos, el dueño de la viña, ¿era medio tonto? ¿No quiere mostrarnos Dios lo extremado de su amor? Y esos “otros” que reciben la viña, ¿quiénes son?, ¿nosotras/os? ¿Tú? ¿O eres tú esa viña tan amada por Dios que es capaz de darlo todo por cuidarte y ayudarte a dar fruto? Fruto que será compartido más adelante.
Podemos recordar también la parábola del tesoro en el campo:
El reinado de Dios se parece a un tesoro escondido en un campo: lo descubre un hombre, lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, vende todas sus posesiones para comprar aquel campo. (Mt. 13-44)
Entregarnos, ser fieles discípulas, conlleva práctica, horas de vuelo. Requiere concentración. Estar concentrado significa, etimológicamente, estar con el centro, en tu propio centro, “cum centrum”, es decir, no moverse de él. Por eso la entrega de la vida pasa por vivir esa vida de una manera concentrada, atenta, consciente, evitando las distracciones que puedan alejarnos de la esencia, evitando la dispersión (etimológicamente, “separar lo que está amontonado”). Podemos llamar distracciones, demonios, tibiezas, pecado… como queramos.
Dios no elabora ningún proyecto al margen de cada cual para que lo lleve adelante. Dios elabora un proyecto con cada ser humano, pero en equipo, diríamos ahora “sinodalmente”.
Dentro del regalo de la libertad está el de no obligarnos a nada, no violentarnos o forzarnos. Constantemente nos invita a elegir, y con ello, asumir las elecciones y sus consecuencias. No vamos a hacer como don Juan Tenorio (ya que estamos hablando de amor y de amores…), cuando, no siendo capaz de asumir sus acciones le echa la culpa a Dios:
“Clamé al cielo y no me oyó,
mas si sus puertas me cierra,
de mis pasos en la tierra,
responda el cielo y no yo”.
Cuanto más honda sea nuestra vivencia del amor, cuanto mayor sea la percepción de reconocernos hijas amadas, acogidas, elegidas, aceptadas, mayor será la capacidad de trascender mañana la cruz, de traspasarla, de cruzar la sombra. Atravesar la cruz para encontrarnos con el crucificado al que después, confiamos, descubriremos resucitado.
Hoy estamos invitadas a cenar porque Jesús nos quiere así, con la tozudez de Pedro, la melosidad de Juan, el mal genio de Santiago o la ambigüedad de Judas. En todos ellos nos reconocemos y aun así nos sentamos a su mesa y disfrutamos de su amistad incondicional, sin fisuras.
Tiempo para dejarnos amar, para permitirnos ser, porque hemos sido creadas a su imagen y semejanza.
Cada minuto es una oportunidad para hacer crecer el amor, para realizar gestos de amor.
Cada minuto es una oportunidad para aceptar el amor que nos llega de mil maneras, a través de mil caminos.
En este jueves santo se abre una brecha en el muro de la suspicacia que a veces nos impide reconocernos profundamente amadas. Mírate, eres preciosa a los ojos del Creador. No hay hijo feo para una madre, solemos decir, cuánto menos para Dios.
Mañana nos tocará mirar a Jesús desde otro ángulo, desde la consciencia de la responsabilidad ante el dolor del mundo.
Como decía Etty Hillesum, “voy a ayudarte a ayudar, Dios mío”.
Hoy nos toca compartir la mesa y las viandas, aprender y tatuarnos en la piel los gestos de Jesús, su manera de acoger a todos/as, de comprender a todos/as.
Dejarnos amar por Jesús, aceptar su amistad
Ya no os llamo siervos porque el siervo no sabe lo que hace el amo. A vosotros os he llamado amigos porque os comuniqué cuanto escuché a mi Padre. (Jn 15, 15)
Para Aristóteles, la amistad perfecta sucede cuando el amigo es otro “sí mismo”.
Esa es la vivencia de hoy.
Es tal el grado de amistad que tiene Jesús contigo que tú eres otro él.
A ver qué haces mañana con eso, cómo lo conjugas con la cruz.
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Para la reflexión:
Busca en los evangelios, cómo ama Jesús, en qué acciones o palabras encuentras que Jesús ama.
Ponte en la situación del destinatario del amor de Jesús y déjate llevar.
En tu vida, ¿te abres a la posibilidad de ser amada y de amar? Pero a lo grande, sin medir.