bondad suesa

Elegir agarrarte a la bondad

No siempre, pero a veces se palpa a tientas la bondad porque no es evidente que debamos dejarla salir, nos puede la mediocridad, la parte casi necrosada del corazón.

Hay una lucha en nuestro interior entre los deseos, las opciones, la realidad, y un sinfín de emociones más que nos bambolean de babor a estribor y viceversa.

En esos momentos una buena decisión es parar, respirar y buscar, a tientas, sí, la bondad de lo que nos rodea, y la bondad que nos habita, hasta hacer lo que hace Jesús, curar en sábado, sanar en el día de descanso, continuar amando cuando hay más oscuridad que luz.

Nos cuesta ser buenos quizás porque nos da apuro lo que puedan pensar. O quizás porque es más exigente ser bondadoso. No hablo de ser egoístas, solo de ser lógicos, de pensar un poco en uno mismo, una misma, ¿qué hay de malo en ello? Nada. Nada.

No, no hay nada malo en pensar en el interés propio, en valorarnos, reconocernos y permitirnos.

Sin embargo, a veces, ser más bondadoso con el otro, la otra, que con uno mismo produce un beneficio mayor, menos palpable pero más hondo.

No siempre, claro. Es necesario discernir y optar. Siempre, en cada momento, discernir y optar.

Cada minuto es una oportunidad para elegir amar, para elegir la vida, el camino que nos conduce a lo bello, a lo verdadero, a lo bueno. Solo quien elige vivir vivirá.

Qué grande, que privilegio de la condición creatural, que Dios elija seguir ocupándose de ti y de mí aunque sea su día de descanso. No hay duda en él a la hora de expresar el amor, de derramarlo suavemente sobre quien hambrea hondura y trascendencia.

Elige, como una pequeña candela, como el mismo día, agotarte (consumirte hasta la última gota), en la presencia de Dios, su presencia manifestada en todo lo creado.

Elige entregar la vida, a tu manera.

Elige la vida y vivirás.