niebla suesa

Un amanecer frenado por la niebla

El día de hoy amaneció con niebla. Una capa espesa de color gris solo permitía vislumbrar la ría y ocultaba completamente el pueblo vecino. Me he sentido molesta.

Prefiero los amaneceres límpidos, aunque no estén del todo soleados, pero que no me condicionen la mirada.

Sí, me fastidia esa niebla que no me deja ver más allá.

Pero he descubierto que la niebla que no me deja otear a mi antojo me sugiere la posibilidad de mirar hacia otro punto. Y eso he hecho. He estado observando el grandioso tilo que cierra la campa de la iglesia del monasterio, y me he sentido pequeñita, y vulnerable, y un poco tonta.

Pequeña porque si me concedo el regalo del asombro puedo descubrir la grandeza que me rodea, en los seres y en los aconteceres: la belleza infinita en el alma de mis hermanas, con sus nieblas, o gracias a ellas, desde la más mayor hasta la más joven. En cada una de ellas Dios ha querido habitar, como ha querido hacerlo en mi comunidad, tal como es. Sumar, siempre sumar.

Vulnerable porque algo tan cotidiano como la niebla ha podido sobre mi actitud y eso me hace reconocer la fragilidad de mis emociones, a quién o a qué le concedo el poder sobre mis estados de ánimo, dónde está mi capacidad para ser flexible, libre, generosa.

Un poco tonta también me he sentido, sí, al darme cuenta de que he vuelto a caer. He recordado ese viejo dicho que dice que “sabia no es la persona que no cae en el mismo error dos veces sino la que cae en un error nuevo cada vez”. Estoy lejos de eso, desde luego.

Pequeña, vulnerable y un poco tonta, pero me lo digo con ternura, tampoco es para sacar la fusta, pero sí para seguir aprendiendo de las nieblas que aparecen a lo largo del día.

La primera lectura de la eucaristía de estos días está narrando la salida del pueblo de Israel de Egipto. Quejicoso y poco agradecido, el pueblo avanza a trompicones, sin ser capaz de ver el inmenso amor de Dios por ellos, su esfuerzo por darles lo mejor, que no siempre es lo más fácil.

Dios, gran pedagogo, va educando con ternura y firmeza a sus hijas e hijos. Muchas nieblas tienen que comerse los israelitas hasta poder llegar a la tierra prometida.

Un camino de madurez, de libertad y de confianza.

Como el mío.

Y el tuyo.

Como el de todas.

Maravilloso camino que nos muestra cómo somos de verdad, ¿no crees?

Espejo de la bondad divina.