
16 Jul Mi lugar en el mundo se mueve
En ocasiones me pregunto si existe un momento concreto en el que el ser humano considera que YA ha encontrado su sitio, su lugar en el mundo.
Y me respondo que no, que somos seres en relación, en relación con otros seres, con la creación, con el transcurrir de la vida, con Dios, con la propia interioridad y, con la unidad que conforma todo lo anterior.
Cuando crees haberte hecho hueco, cuando por fin parece que te has establecido, algo o alguien aparece y te obliga a ponerte en pie de nuevo y a generar espacio.
Nos relacionamos desde el ser que queremos mostrar, el cual no siempre coincide con el ser que somos. A veces ni siquiera sabemos bien quiénes somos. Esta labor de investigación puede llevarnos toda la vida, por lo que he dicho antes, porque somos evolución, somos río, no estanque.
La grandeza de la desinstalación está en que nos obliga a ser creativos, a explorar nuevos caminos, y a no dar por sentado que, lo que tenía desde siempre, lo que hacía desde siempre, lo que creía ser desde siempre, era lo mejor de mí, y las circunstancias que me definían.
No. Dios es más sabio que todo eso y nos ha creado en presente continuo para que avancemos siempre y no digamos aquello de “aquí me quedo, aquí me quedo”, del poema de Palabras para Julia, de Goytisolo.
Tradicionalmente se ha expresado eso de que somos peregrinos en la tierra, pero quizás esa expresión tiene un sentido más escatológico, del “después de”.
Efectivamente, peregrinamos con cada respiración porque todo es movimiento, nunca somos la misma persona y está bien que así sea. No podemos anclarnos en el necio inmovilismo, sino vivir en la sana precariedad del camino que nos hace crecer.
No hablamos de inestabilidad, de impermanencia que desgasta, no, hablamos de saber que todo cambia y nosotras con ello, que cada movimiento es espacio de oportunidad, aunque duela y cree confusión.
Es una labor de purificación encontrar tu lugar en el mundo y saber, además, que no es el definitivo, que habremos de seguir buscando.
Solo una permanencia es buena, la del amor, y este, por definición, es explosión de vida abundante, de dinamicidad.