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Las despedidas de mi vida

En el embarcadero de Somo, el pueblo colindante con Suesa, hay una escultura de una mujer, frente al mar, agitando un pañuelo a modo de despedida.

La idea no es original, ciertamente. Habría sido más original, quizás, una mujer recibiendo a quienes llegan al pueblo en las lanchas, pero nos sirve la imagen porque todos hemos sido protagonistas de despedidas y de recibimientos.

A veces, despedir es doloroso, y otras aliviador. Lo mismo sucede con recibir, unas veces pesa y otras aligera. Todo depende de lo que confluya alrededor.

Pienso en las despedidas de mi vida, de personas concretas, situaciones, lugares. También las despedidas de criterios y opiniones. Algunos  de esos adioses han sucedido en momentos concretos pero otros muchos se han deslizado a través del tobogán del tiempo, de manera natural, serena, casi breve.

Etimológicamente, “despedirse” significa dar permiso a alguien para que se vaya, y esto es muy sugerente. No importa que alguien no esté. No importa que alguien haya desaparecido de nuestra vida hace tiempo. Si no le he dado permiso para marchar, seguirá a mi lado hasta que lo haga, aunque no lo sepa. Pero la cautiva seré yo.

Muchas veces nos aferramos a recuerdos, vivencias, personas, que ya no son presente, y que, de alguna manera, hemos encadenado a nuestras vidas. Digo bien, sí, encadenado, con eslabones que aprisionan también nuestro camino.  

No confundamos los lazos del afecto, del recuerdo cariñoso, melancólicamente bueno, con la dependencia que limita y achica.

Qué sabio es dejar marchar, soltar, permitir a la otra/o hacer su vida.

Qué libertad obtenemos cuando nos atrevemos a un nuevo camino, mirando el anterior con ternura y agradecimiento, pero concediendo al tiempo desconocido la oportunidad de ser aún mejor.

Despedir etapas no es desdeñarlas, ni hacerlas de menos. No es tener un corazón frío, no, es abrirse a encontrar también hondura y Misterio en lo que está por venir.

No despedir, no dar permiso para marchar a, por ejemplo, una persona, es querer seguir siendo protagonista en su vida, y negarle, o limitarle al menos, la posibilidad de volar más alto, de abrirse a nuevos horizontes.

Soberbia, orgullo, dependencia…

Debemos encontrar el equilibrio necesario para seguir amando lo vivido, seguir extrayendo lecciones pero no magnificarlo o aprisionarlo.

Que no, que no cualquier tiempo fue mejor. Que Dios pone un camino ancho bajo nuestros pies y necesitamos ligereza de espíritu para recorrerlo.

¿Qué hay en ti que no te atreves a soltar?

¿Qué ganancia obtienes de ese aferramiento?

“Sal de tu tierra”.

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