Ofrenda de mujer

El don que conlleva la responsabilidad

Lo escuchábamos ayer en la primera lectura de la eucaristía, en la segunda carta de Pablo dirigida a la comunidad de Corinto:

¡Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordia y Dios del consuelo! Él nos alienta en nuestras luchas hasta el punto de poder nosotros alentar a los demás en cualquier lucha, repartiendo con ellos el ánimo que nosotros recibimos de Dios. Si los sufrimientos de Cristo rebosan sobre nosotros, gracias a Cristo rebosa en proporción nuestro ánimo. Si nos toca luchar, es para vuestro aliento y salvación; si recibimos aliento, es para comunicaros un aliento con el que podáis aguantar los mismos sufrimientos que padecemos nosotros. Nos dais firmes motivos de esperanza, pues sabemos que si sois compañeros en el sufrir, también lo sois en el buen ánimo.

No hay don sin responsabilidad. No hay don sin el paso siguiente, que es el de la entrega de lo recibido.

Pablo habla del consuelo recibido de Dios. Es cierto. Cada mañana, al abrir los ojos, podemos encontrarnos con la mirada receptiva de Dios que nos invita a adentrarnos en la belleza, la bondad y la verdad que hay en nuestro interior. Esa introspección nos centra en Él y nos descentra de nuestro ego.

Acudimos a Dios pidiendo consuelo para nuestras tristezas, nuestros desánimos.  Y él no se hace esperar, sobre todo si estamos abiertas a recibirlo… a recibirlo tal y como Él quiere dárnoslo, que no siempre se corresponde con nuestro deseo.

A eso le llamamos confianza. Aceptar, con madurez, el camino que estamos recorriendo, aunque deseáramos otro más acorde con nuestros quereres, nos conduce a encontrarnos con posibilidades que, de otra manera, quizás no habríamos conocido. 

Si estás hipercentrada en tu ombligo, ¿cómo vas a encontrarte con la necesidad de la otra? Si te quedas en el consuelo recibido, con mucho agradecimiento, sí, pero inamovible en el don, ¿cómo vas a hacer que tu capacidad para consolar se ponga en funcionamiento?

El don recibido crece cuando lo entregas, cuando lo sueltas.

Se te regala consuelo, alegría, tiempo, para que tú también lo regales, creando una red de “buenas noticias”.

Si levantas la mirada, podrás ver todo lo que recibes.

Si levantas la mirada, podrás hacerte don para otras.

¿Y si Dios quiere que seas tú el consuelo de alguien y estás perdiendo esa posibilidad por el hecho de buscarte a ti misma/o?