
16 Jun El arte de la obediencia
Hace unos días, en una conversación dentro de un pequeño grupo de personas, se hablaba de los votos característicos de la vida consagrada. Las personas que formaban el grupo eran seglares unas, religiosas otras. No voy a entrar en una reflexión sobre la superación de algunos términos, como el mismo de «votos», o los tradicionales de «obediencia, pobreza y castidad».
Comentó una de las seglares que creía que, a ella, el voto que más fácil le iba a resultar vivir era el de la obediencia.
Me sorprendió, la verdad, porque, en otras ocasiones, hablando con otras personas, por lo general es el de obediencia el que más difícil de llevar a cabo les parece.
Esto me ha dado para pensar en estos días.
Es complicado, por no decir imposible, desligar un voto de otros. Están tan unidos que casi casi podríamos eliminar la idea de que son tres, sino más bien un compromiso con tres vertientes. En la cordillera cantábrica, lindando con Palencia, tenemos una montaña llamada «Pico Tresmares». Su nombre está relacionado con los valles que toca y los ríos que alimenta cuyas aguas terminan en el Cantábrico, el Mediterráneo y el Atlántico. Muy trinitario todo, ya ves. Pero es una sola montaña y , en realidad, un solo agua.
Algo así sucede con los votos .
Pero volvamos a la idea del voto de obediencia. No es fácil, no, cualquiera que haya decidido incorporarlo a su vida podrá decírtelo. Porque la obediencia no es otra cosa sino la escucha abierta, y a sabemos que escuchar, con el corazón desplegado, no es fácil.
Escuchar con todo el cuerpo lo que tu interlocutor está queriendo decirte. Descubrir no solo el sentido de sus palabras sino también el de sus gestos, incluso el de sus omisiones.
Y no juzgar, por descontado. Escuchar sin juzgar es ya para nota. Y sin preparar la respuesta, solamente escuchando.
Una escucha así hace que sea más sencillo incorporarte en el corazón de la comunidad, hasta el punto de que tu voluntad sea capaz de dialogar y consensuar con la voluntad comunitaria. No es perder la voluntad personal, qué tontería, es enriquecer la tuya con la de las hermanas en su conjunto.
La obediencia, la escucha del deseo de Dios para tu comunidad, y según eso, echar a andar, hacia donde sea.
Aprender a escuchar quedándote a un lado. Escuchar los acontecimientos, la gente, tu cuerpo y tus mociones, tus pensamientos, tu alma, escuchar a Dios en todas las cosas, ¡menudo trabajo!
La obediencia, en una comunidad, pasa por el deseo de hacerte una con las demás, enriqueciéndote con los dones ajenos y siendo generosa con los propios.
Obedecer, ob-audire, nos ayuda a estar pendientes de las necesidades de las personas con las que vivimos y con las que queremos llevar adelante un proyecto suspirado por Dios.
No, obedecer no es hacer lo que te manden. Qué fácil sería eso.