pablo suesa

Pablo y el ego-descentramiento.

En esta quinta semana de Pascua (no habrás olvidado que aún seguimos en Pascua, ¿verdad?) estamos desgranando en el evangelio de cada día el empeño de Jesús por hablar de la ausencia y la presencia. Nos está preparando para su partida, recordándonos que muchas veces, muchas, la madurez y el crecimiento humano llegan cuando comenzamos a enfrentarnos con la propia vida, cuando comenzamos a atrevernos, a ser dueñas de las propias palabras.

Sirva lo anterior por si te da por echar un ojo calmado a los textos de estos días. Pero echa también el otro ojo a la primera lectura de hoy (Hch 14,19-28), con un Pablo al que se le da por muerto pero que, en cambio, es capaz de levantarse y seguir haciendo aquello por lo que lo habían apaleado. Cabezota el hombre, ¿eh?

Quizás no, quizás no sea cabezota, quizás lo que pasa es que le puede la misión, la entrega, la respuesta comprometida en su vida.

Puede ser eso lo que le haga sacar fuerzas y, ayudado por los hermanos y hermanas, se ponga en pie y siga predicando, pero también puede ser que Pablo no quiera entrar a lamerse las propias heridas sino que su mirada sea más alta, más lejana y esto le facilite el incorporarse y caminar.

Esto de las heridas es complejo. Muchas de ellas se producen por cuenta ajena y duelen, incomodan, cansan, se cierran y a veces se abren de nuevo, pero otras muchas nos las hacemos por la propia manera de vivir, por el carácter, por cómo nos tomamos las cosas, las palabras o las acciones de los otros…

Esta es la lectura que estoy haciendo de esta acción de Pablo.

La cantidad de veces que nos duele el alma porque dejamos que nos duela, no porque lo vivido produzca dolor. Esto es fácil de comprobar. ¿Siempre me duele el mismo hecho, o depende de mi estado de ánimo, de mi época, de mis circunstancias?

El ego es juguetón y se disfraza de acontecimientos, cotidianos o extraordinarios, buscando crear conflicto donde se podría evitar.

Pablo se “ego-descentra”, se levanta, y retoma la respuesta. No se pone en el cetro de la historia, no permite que le arrebate la vida.

Convivir nos siempre es cómodo ni fácil, pero es una escuela de aprendizaje y de descubrimiento. Es inevitable que las relaciones produzcan roces, recibir algún que otro bufido y darlos (a veces sin darnos demasiada cuenta).

Es bueno aprender a relativizar, a ponernos en la situación del otro, de la otra, desdramatizar nuestra propia emotividad, a veces desmesurada, poco clarificadora.

Reirse un poco de la propia seriedad.

Pablo es digno discípulo del Maestro, al menos en esto, que en otras cosas sería más bien para discutirlo.