
17 Nov La verdad de tu vida es lo que tienes
La vida es un misterio.
Existen tantas maneras de orar como corazones.
No podemos pensar, y no sería bueno que lo hiciéramos, que todo el mundo (me refiero al mundo cristiano) haya de rezar de la misma forma. Sería absurdo, ¿no?
En nuestra Iglesia tenemos cierta tendencia a uniformar, no a unificar, que es lo deseable.
Una familia de, por ejemplo, cuatro miembros, demostraría poca inteligencia si dedicase parte de su esfuerzo en pensar los mismo, vestir igual y solo así, frecuentar los mismos lugares y solo esos, etc. Donde haya más de una persona ha de haber diversidad, o algo raro estará pasando en caso contrario.
Tenemos que ir dejando de lado esa costumbrita de medir el nivel de nuestra fe, como si fuera un depósito de agua. Lo importante es la calidad del agua, no la cantidad que tengas, en el caso de que puedas contabiliar la fe.
Cada cual reza como es y como está. Y así está bien. Pretender modificar eso sería generar una oración irreal, impostada. Otra cosa es que estés inquieta y en ella te calmes, o que estés triste y procures hayar consuelo, pero esperar a ser una persona calmada para orar, o intentar sentarte dos horas ante un icono y una vela, quieta como un pino, cuando tienes una tensión que no te deja parar, es heróico, o quizás tonto.
Reza como eres, con la verdad de tu vida, pues en ella te encontrarás con Dios.
¿Cómo vas a orar en un idioma que desconoces, o que no es el tuyo? ¡Imposible!
Dios espera encontrarse con cada una y cada uno de nosotros, no con la versión inventada que a veces mostramos. Para eso, claro está, debemos conocernos, aceptarnos, querernos. Ese esfuerzo dura tooooooda la vida, pero merece la pena. Merece la pena el trabajo de rascar por dentro hasta descubrir nuestra belleza.
Un día, Dios tomó en sus manos un puñado de barro. Con ese material (no lo olvides), te formó, te colocó en el suelo, y se alejó un poco para mirarte con perspectiva. Después de un rato, exclamó emocionado: «¡Pero qué maja me has salido, cachis!», y te estampó un sonoro beso (no lo olvides) en la mejilla.
¿No notas su beso?
Quédate solo con ello.