
27 Oct Permanecer en la peluquería
Recuerdo que, cuando era muy pequeña, mi abuela me llevaba alguna vez a una peluquería cerca de casa. Entrábamos en el establecimiento, me sentaban en un taburete y una mujer, grande, con bata blanca se dedicaba a girar en torno a mí, tijera en mano, mientras iba cortándome el pelo. Yo era muy pequeña, tendría unos 5 años más o menos, y la bendita mujer a veces se acercaba tanto a mí que mi cara quedaba hundida en su estómago, casi asfixiándome.
Yo solo estaba allí, quieta, participando del proceso de una manera poco voluntaria, o poco consciente, no sé. Al cabo de un rato, la señora, satisfecha, alababa mi actitud diciendo a mi abuela que era una niña muy buena, y nos íbamos para casa.
Lo cierto es que yo no hacía nada, solo estar, pero el cambio era obvio. Ni siquiera había elegido ir a la peluquería. Me había dejado llevar por el deseo de mi abuela.
Esto me sigue pasando. Bueno, ya no me lleva mi abuela a la peluquería, ni nadie alaba mi bondad, ya no de niña sino de adulta, pero… sin saber muy bien cómo, solo estando, se siguen produciendo cambios en mí, como en ti. Y no hablo solo del peinado.
Descubro que Dios, esa magnífica peluquera, trabaja nuestro estilo si sabemos permanecer, si nos dejamos. Es verdad que a veces vamos donde Él/Ella y le pedimos que nos «arregle», que nos cambie el estilo, que nos haga más bellas, mejores. Pero el cambio no se produce en la primera sesión. Dios es peluquera puntillosa y necesita que vayamos, que estemos, que permanezcamos, para poder trabajar nuestra vida.
Ponernos ante Dios es como tomar el sol, al principio no pasa nada, pero al cabo de unos días descubres que tu piel es morena. Has tenido que estar ahí, expuesta, permaneciendo.
Dios nos regala un tiempo cronológico, biológico, para que lo convirtamos en tiempo kairos, en tiempo de salvación, de plenitud, de Encuentro. Eso sucede sencillamente viviendo la vida desde la óptica de Dios. ¿Que cómo? Ah, muy fácil, yendo a la peluquería, sentándote, sin prisa, y quedándote muy quieta mientras la Peluquera hace su trabajo.
Gracias, Señor, por los cortes de pelo que nos vas dando en la vida.