
06 Ago Una única petición, solo una.
Es la única petición que oímos de Dios Padre directamente a lo largo de los evangelios: “escuchadlo”. Dios podía pedirnos montones de actitudes: sed buenos, sed compasivos, amaos más, perdonad,… No, solo una petición, solo un deseo brota del corazón maternal de Dios: escuchad a mi hijo, escuchad a vuestro hermano.
Escuchar a Jesús, prestar oído a sus palabras, poner nuestra mirada en sus acciones, beber su espíritu,… Escuchar, escuchar.
La petición de Dios es extraña, ¿no? Tan concreta, tan austera y directa. No hay explicaciones, ni pausas. Un realidad concreta, clara (“este es mi hijo amado”) y un deseo que sabe a súplica, a desgarro de entrañas. Escuchadlo.
Cuando aprendes a escuchar te pasa lo mismo que cuando aprendes a leer, ya no puedes evitarlo. Inevitablemente leemos montones de palabras que se nos van quedando ahí atrás, en algún lugar del cerebro: carteles, anuncios, señales, notas,… Igual sucede con la escucha, no podemos no escuchar, salvo que optemos taponar los oídos. Escuchamos sonidos, ruidos, música, voces, susurros, estruendos,…, y se nos queda pegado también ahí atrás, en algún otro sitio del cerebro.
Escuchadlo, nos pide Dios.
La escucha conlleva responsabilidad, que no es otra cosa sino la capacidad de saber dar respuesta.
Ahí nos duele.
Escuchadlo, nos pide Dios.
Pero sabemos que trae consigo la necesidad de optar, de poner honestidad en la vida, de enfocar de nuevo el camino.
Ahí nos duele, otra vez.
Necesitamos mucho silencio para poder escuchar, silencio del de dentro, de ese que acalla el oleaje perpetuo que bombea nuestra vida. También necesitamos mirarnos mucho un@s a otr@s, como Dios nos mira.
Escuchamos cuando prestamos atención con los pabellones auditivos a pleno rendimiento, y también cuando dejamos que la piel se estremezca al contacto con la piel de la otra, del otro.
Escuchar a Jesús nos ayuda a levantarnos, a ponernos de pie ante él. Nos reconocemos parte de él, hij@s en el Hijo.
Si accedemos a la petición de Dios de escuchar a su hijo, tenemos que estar dispuest@s a vivir desde la responsabilidad que eso conlleva. Oiremos palabras nuevas, escucharemos susurros con melodías que no siempre será fácil tamborilear con los dedos. Pero estaremos en pie, dign@s, reconocid@s, profundamente amad@s, intensamente cuidad@s.
Dios nos ilumina y nos hace una súplica: “Escuchadlo, por favor, solo eso, escuchadlo”.