intempestivas suesa

A horas intempestivas es casi mejor

De todos es sabido que a las monjas nos da por rezar a horas intempestivas. O eso creen muchas personas.

A quienes son partidarios de acostarse temprano se les hace tardísimo que tengamos la última oración del día a las 22.00 h. Y, al contrario, a quienes las sábanas se les pegan por la mañana se horrorizan ante la simple idea de aparecer por la capilla a las 6.30 h.

Para gustos, los colores.

Y si vivimos en España, aún más increible. Conozco a una monja francesa a la que los españoles les parecemos verdaderos hérores en cuanto a horarios se refiere. No sé qué pensará de la guerra de los Treinta Años… Pero eso es otro tema.

Cada momento del día, con su oración correspondiente, tiene un significado y un contenido. Cuando descubrimos ese significado todo cobra sentido y fuerza.

¿Por qué oramos de noche, a esas horas a veces intempestivas?

La noche conserva en sí misma cierto halo de misterio y de intimidad. ¿Quién no ha tenido verdaderos momentos de intimidad durante la noche? Parece que nuestras entrañas se prestan más a confiar, a soltar y dejarse desarmar.

La noche es tiempo de salvación si permitimos que nuestra oración sea sincera y desnuda, con «cero conservantes y colorantes», absolutamente natural.

En la noche se cuentan historias que narran verdades de las de adentro.

En la noche se descansa, y l@s cristian@s no lo hacemos de cualquier manera, ni en cualquier sitio, lo hacemos en Dios, nuestro refugio.

El tiempo de la oración nocturna, incluso aquella que transcurre durante el sueño («yo duermo, mi corazón vela») actua como calmante, sosegando las prisas y los problemas  acaecidos por el día. Probablemente el amanecer nos espere con una nueva oportunidad y algunas soluciones.

Jesús oraba de noche, a esas horas intempestivas, en la intimidad de la soledad y la confianza.

En la oscuridad se aprecia más la luz, más la Luz, y ella nos acerca a quienes sufren en la noche, quienes tienen miedo de la oscuridad, la de fuera y la de dentro.

En nuestra comunidad, la oración de la noche, la que tradicionalmente se llama «completas», tiene un matiz familiar, de «zapatillas». Es el beso de buenas noches que da el niño a sus padres antes de acostarse. Una oración sencilla, breve, en la penumbra que preludia el silencio mayor que vivimos tras esta oración.

Dijo Dios: «hágase la noche». Y esta se llenó del alma de los seres humanos, se llenó de sueños y de deseos risueños. Se llenó de empatías, de confidencias y de bonhomía. Y vio Dios que era buena la noche.