
30 Jun Tanto, tanto lo necesitaron, que lo cogieron
Todo fue necesario. Aunque no lo quisiéramos.
Necesitó la ciudad vaciarse de nosotros, de nuestras prisas y excentricidades, para recogerse sobre sí y buscar su significado.
Necesitaron el campo, las montañas y los meandros de los ríos, los recovecos de las rocas, las alturas de las copas, los senderos cansados y los guijarros de los caminos.
Todos ellos, y ellas, necesitaron vaciarse de nosotras y nosotros, de nuestro ruido, nuestra agresividad y afán de posesión, para respirar en silencio y renovar su esencia
Necesitaron las criaturas vaciarse de nuestras miradas, anzuelos, perdigones, manos y curiosidades, para poder recuperar espacios, aventurarse a explorar, vivir nuevas experiencias, y no temer.
Y también el sol, las estrellas, la luna, el viento y la lluvia necesitaron vaciarse de nuestra presencia.
Descubrieron la libertad, la pureza y los brillos, los reflejos, el correr sin freno, y de nuevo el silencio.
Había tanta necesidad que nos vaciamos, y algunos y algunas de nosotras también decidimos vaciarnos desde nuestras casas.
Y empezamos a lanzar por las ventanas, por los balcones, por los desagües, aquello que nos impedía ser, aquello que, minuto tras minuto, tanto habíamos mimado y atesorado: tiempo perdido, ausencias de tequieros, pasos apresurados, olvidos de relaciones, gastos in-útiles, lágrimas de compulsividad.
Y tras vaciarnos fuimos llenándonos, no del todo, de descubrimientos: los pájaros alborotan también en la ciudad, es posible rezar un poco cada día, tanto ordenador cansa y necesito verte y tocarte, pertenezco a la naturaleza, en mí hay toneladas de creatividad, me preocupa gente que no conozco, ser vulnerable es libertad. Y otra vez el silencio.
La creación se vació de nosotras y nosotros por un tiempo, necesitaba ese espacio, «¡aire, aire!», nos decía, «¡dejadme vivir!» , nos gritaba.
En su actitud había una invitación a vaciarnos y encontrar el trocito de alma que se nos había ido perdiendo por el camino.
Amén.