
12 Abr Vigilia Pascual. Ciclo A
“- Vosotras no temáis; sé que buscáis a Jesús, el crucificado.”
Hace unas cuantas Pascuas, el sacerdote que vino a celebrar el triduo en nuestra casa era un hermano nuestro, un fraile trinitario. La homilía de la eucaristía del Domingo de Resurrección fue especialmente acertada, muy visible. Este hermano nos situó en ese ambiente de domingo por la mañana, mejor dicho, de ese “alborear el primer día de la semana”.
Nos hizo recordar ese momento silencioso tras el ruido y las risas del sábado noche; ese momento solitario de volver a casa después del bullicio y del gentío de la fiesta. Ese momento en el que necesitamos paz y serenidad porque la cabeza nos retumba… “y es entonces -nos decía él- cuando ni tan siquiera se oye a un perro ladrando en la calle, es ahí cuando triunfa la VIDA, cuando Dios actúa y descubrimos que Jesús VIVE”.
En esta situación de primera hora de la mañana del domingo, visualizamos a las mujeres que nos presenta este evangelio. Son dos: María Magdalena y la otra María. Ahí van ellas, madrugadoras, mientras mucha gente está durmiendo, está de resaca, incluso escondida por miedo, como algunos de los discípulos. No hay nadie por la calle, ni un perro que ladre… y van caminando en silencio, una junto a la otra, hacia el lugar donde dos días antes habían colocado el cuerpo de Jesús.
Calladas, sí; en estos diez versículos no pronuncian ni una sola palabra. Calladas, pero nos hablan con su actitud, con su gesto de ir al sepulcro. Calladas y sin embargo el ángel sabe lo que hay en su corazón: “Vosotras no temáis; sé que buscáis a Jesús”. Y el propio Jesús, también les dice: “no temáis”. Tanto el ángel como Jesús vienen de Dios, tienen el mirar de Dios… ese mirar que no necesita palabras porque ve el corazón; nuestro corazón. Dejarle a Dios, dejarnos hacer. “Eso es todo”.
Oración
Bendita seas, Trinidad Santa.
Solamente tú tienes palabras de Vida Eterna.
Amén.