
09 Abr La toalla del Jueves Santo
Algunas ideas para centrar estos días que comenzamos a vivir.
Muchas veces nos acercamos a las celebraciones litúrgicas casi por costumbre o con la esperanza de que se nos conmueva el corazón con algunas de las cosas que vemos, escuchamos,…
No está de más saber un poquito sobre lo que significan estos días, y, en este caso, lo que expresa esta fiesta de jueves santo.
La Semana santa no existió siempre, qué va. Durante algún tiempo se celebró la Pascua solo durante un día. Andando el tiempo se va viendo la necesidad de celebrar también el viernes y el sábado. Así nos encontramos con el triduo Pascual.
Es posible que nunca hayamos vivido una cuaresma en la que la necesidad de conversión fuera tan evidente. “Conviértete y cree en el Evangelio”, nos decíamos el miércoles de ceniza.
A ver cómo está yendo este proceso de conversión que con tanta imperiosa necesidad se nos está planteando: conversión económica, social, ecológica, conversión de costumbres, conversión espiritual, conversión de instituciones, también de la Iglesia,…
Probablemente tampoco hayamos tenido una vivencia de la pascua tan parecida a la de las primeras comunidades cristianas. En casa, sin presbíteros, compartiendo lo que se tiene. Y así sigue siendo en muchos lugares, no pensemos que es algo de siglos pasados. Son muchas las hermanas y hermanos que año tras año viven la Pascua a escondidas, sin procesiones, sin celebraciones, y en muchas ocasiones en soledad.
Aun en medio de tanto dolor, de tanta incertidumbre, seguimos siendo “clase privilegiada”, no lo olvidemos. Demos a Dios lo que es de Dios y al césar lo que es del césar.
Bueno…
Comenzamos estos días de semana santa con esta primera reflexión. Estamos en el jueves santo. El jueves se introdujo como preparación al Triduo pascual, que abarca de viernes santo a domingo de resurrección. Siempre hay una preparación previa para la vivencia de los grandes acontecimientos que marcan nuestra fe, así surge la celebración de jueves santo.
El jueves se celebra tradicionalmente el día del Amor fraterno y el día de la Institución de la Eucaristía. Las empresas comerciales quizás no lo saben aún y por eso no ha hecho campaña para vender quién sabe qué.
En la celebración de esta tarde, adquiere una intensidad importante el evangelio del día. Juan nos narra no la eucaristía, no el relato de la última cena (última cena de Jesús antes de su resurrección) como podría esperarse, sino el lavatorio de los pies. ¿Por qué? Quizás para cuando Juan escribe este texto la celebración de la eucaristía en las casas ya había empezado a desvirtuarse con los abusos que se derivan de la rutina, los conflictos por las jerarquías, etc. Juan quiere unir el gesto de la fracción del pan y del vino compartido (que es narrado por los otros evangelistas) con el gesto del lavatorio de los pies. No son antagónicos, ni mucho menos, son perfectamente complementarios. Es más, son NECESARIAMENTE complementarios.
Juan quiere unir esos dos gestos, no sé si lo hemos conseguido nosotros. En la cabeza sí, en la práctica… Este puede ser un primer punto para la reflexión de este día.
Os invito a descalzaros, venga, sin pereza. Descalzaos, quitaos calcetines, medias, zapatos o zapatillas, dejad vuestros pies desnudos, y contempladlos… Tocadlos también. Si estás con alguien mira sus pies, contémplalos, acarícialos. Los pies están llenos de historias, de vida en kilómetros de caminos.
Los pies, generalmente, están dentro de un calzado, ¡esos sí que viven confinados! Y aún así, cumplen su misión, hasta el final, hasta que no pueden más: caminar, avanzar y sostenernos.
Jesús no es un Maestro sentado en una cátedra, en un púlpito, o en una sede, no, es un Hermano que se inclina ante los pies sucios de sus amigos y amigas para lavárselos, realizando un servicio propio de siervos. Quizás la idea se la dio su amiga María de Betania, la hermana de Marta y Lázaro, cuando días antes, en una cena, María derramó un perfume carísimo sobre los pies de Jesús secándoselos con su cabello posteriormente.
¿Qué sentiría el galileo en esos momentos? Jesús reconoce en ese gesto de la mujer una profecía, un anuncio, y él lo perpetuará después en esa cena narrada en el evangelio de Juan.
Juan nos presenta este relato tan lleno de simbolismo, de simbolismo y de profetismo. Es la “hora” de pasar al Padre, esto es, es la hora de la entrega. Y Juan nos cuenta la decisión de Jesús de entregar su vida, siguiendo no su voluntad sino la de Aquel que le guía.
El versículo 3 nos dice que Jesús sabía que el Padre lo había puesto todo en sus manos. A esta altura de su vida, el Nazareno tiene claro quién es, el Hijo de Dios, el Primogénito, el heredero de la Promesa de vida y de bendición. Y aun con todo Jesús se humilla en el gesto del lavatorio de los pies, gesto reservado en la época a los esclavos y sirvientes.
Pero quizás el Maestro no quiere hacer solo un gesto de humildad, sino que quiere mostrarnos un gesto de entrega y de libertad. Incluso sabiendo que “todo está en sus manos”, decide, libremente, renunciar a ello y entregar la vida. Muchas veces oramos con el himno de Pablo: “Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de ello sino que se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo…” (Filipenses 2, 6-11). Todo ello reflejado en el gesto del lavatorio.
Jesús, para hacer más visible su entrega hasta el final, para que sus discípulos lo entiendan decide lavarles los pies. La primera paradoja la encontramos en ese cambio de papeles. Más bien esperaríamos que fueran ellos, los discípulos, quienes dieran su vida por el Maestro. Pero no, no es la lógica de Jesús, él sigue la lógica del siervo de Isaías.
Jesús, lo decimos siempre, ama hasta el extremo. Amar es la única manera de entrar en la vida de los demás seres humanos. No podemos acceder al alma humana si no es amándola previamente. Dios nos amó primero, lo sabemos, y es esto lo que le ha permitido crearnos, modelarnos, cuidarnos, y regalarnos la libertad.
Podremos llegar a conocer casi todo de la vida de alguien: sus gustos, sus miedos, sus sueños incluso, pero si no la amamos como el Galileo nos ha enseñado, nos quedará sin abrir la puerta que da paso al misterio que cada ser humano guarda, y protege, en un rincón del alma.
Jesús ama a quienes están con él en esa noche que presagia desenlaces. Su amor es libertad. Él ama y conoce a cada una de las personas con las que se ha reunido.
Él nos ama y nos conoce. Te ama y te conoce.
Su amor es expresión de libertad y de madurez. Madurez tan, tan humana, que es divina.
Los versos 4 y 5 nos cuentan que Jesús se quita sus vestidos y se ciñe una toalla. No es este un gesto cualquiera, Jesús se ciñe como se ciñe el guerrero antes de la lucha (salmo 45: “ciñete al flanco la espada, valiente”), es decir, apretar bien el cinturón que sujeta las armas, recogerse lo extremos de la túnica para poder caminar más libremente, con mayor rapidez. O también como se ciñeron los antiguos israelitas al salir de Egipto por mandato de Yahvé: en Éxodo 12:11 nos dice que Israel está listo para salir de la esclavitud y recibe esta orden de Jehová… «con respecto a la pascua: Y lo comeréis así: ceñidos vuestros lomos, vuestro calzado en vuestros pies, y vuestro bordón en vuestra mano; y lo comeréis apresuradamente; es la Pascua de Yahvé». Este ceñir nos habla de disponibilidad, de opción, de una decisión que ha sido tomada en firme.
Jesús se ciñe la toalla, y no se la quita. Con ella ceñida seca los pies de los invitados. Juan no nos dice que se la quite después, solo que toma sus vestidos de nuevo y vuelve a la mesa.
Las armas de Jesús son las del amor hasta el final, el perdón y la fidelidad. Jesús no quiere morir matando, odiando a quienes lo odian, quiere morir amando, sirviendo y perdonando.
Todo esto en esa toalla firmemente ceñida a la cintura del Nazareno.
Es fácil lo que podemos deducir de la unión entre el gesto del pan/vino y el lavatorio. Es fácil y… complicado. Tan complicado que a lo largo del tiempo el gesto ministerial (de servicio) del lavatorio ha quedado relegado a un simbolismo en un día del año.
A lo largo de la historia nos encontramos con épocas en las que se celebraba una comida fraterna los domingos, épocas en las que ya no era una comida fraterna sino un encuentro más ritualizado, incluso épocas en las que ya ni tan siquiera se comulgaba.
Jesús, en esa cena parte un pan y vierte un vino. Jesús reparte, no ya su cuerpo y su sangre, sino su propia vida. “Haced esto”. Y esto es las dos cosas, lavar los pies y entregar la vida. Las dos cosas que son una sola. “Haced esto” es un imperativo, tan imperativo como el “hágase”, que también lo es.
Esta cena de Jesús es el tiempo de un Jesús “des-trozado”, hecho trozos, como el pan. De un Jesús inclinado, abajado, siervo como uno de tantos.
El misterio de la eucaristía no es solo la transformación del pan y el vino en el cuerpo y la sangre del Señor. La fuerza del Espíritu de Dios y la fe de la comunidad realizan ese gesto en el que nos reconocemos.
Pero, ¿dónde está nuestra fe en el momento de ceñirnos la toalla y lavar los pies?
La eucaristía no es solo fe. La eucaristía es también, es, sobre todo, compromiso. Dejarnos transformar, que en cada una, en cada uno, se produzca ese acto grandioso de hacernos cuerpo de Cristo.
Lo complicado es que nos hagamos cuerpo y sangre del mismo Cristo, y que también nos des-trocemos y nos vertamos. Y eso sí que es misterio, y gracia, y promesa, y deseo del Padre.
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Algunas pistas para la reflexión:
¿Cuáles son las armas habituales en mis luchas? ¿Cuál es la toalla que me ciño?
¿A quién debo lavar los pies?
¿A quién permito, o no permito, que me lave los pies?
¿Cómo estoy viviendo este tiempo sin eucaristía? Y si disfruto de ella, ¿cómo estoy viviendo ese privilegio del que otros/as carecen?
¿Es la eucaristía para mí un momento de profunda elevación espiritual y… poco más?
¿Me hago, mejor, soy eucaristía? Es decir, ¿lavo los pies, me parto y me derramo por los demás?
Algunos textos para orar:
- Evangelio de Juan, 13, 1-19
- Poema “Mi cuerpo es comida”, de P. Casaldáliga
Mis manos, esas manos y Tus manos
hacemos este Gesto, compartida
la mesa y el destino, como hermanos.
Las vidas en Tu muerte y en Tu vida.
Unidos en el pan los muchos granos,
iremos aprendiendo a ser la unida
Ciudad de Dios, Ciudad de los humanos.
Comiéndote sabremos ser comida.
El vino de sus venas nos provoca.
El pan que ellos no tienen nos convoca
a ser Contigo el pan de cada día.
Llamados por la luz de Tu memoria,
marchamos hacia el Reino haciendo Historia,
fraterna y subversiva Eucaristía.
- Dice San Juan Crisóstomo:“Cuando les dio pan y sació su hambre le llamaban profeta y trataban de hacerle rey; pero cuando los instruía sobre el alimento espiritual, sobre la vida eterna, cuando los desviaba de las cosas sensibles cuando les hablaba de la resurrección y levantaba sus ánimos, cuando más que nunca debieran admirarle, entonces murmuraban y se retiraban de Él”.
- Orígenes: Hay que considerar ahora si es de absoluta necesidad, para perfeccionarse en la doctrina de Jesús, el tomar como precepto absoluto el lavatorio sensible de los pies. Por esto dice: «Debéis lavaros mutuamente los pies». Pero esta costumbre, o no se practica, o se practica raras veces.
- Para orar: Amando hasta el extremo, de Maite López.
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Cuadro de cabecera: El lavatorio de los pies, Tintoretto
Lavatorio de los pies: S. Köder