extraordinario Suesa

Lo extraordinario de cerrar los ojos

Qué complicado nos resulta descubrir lo extraordinario en lo cotidiano. Debe de ser por esa capacidad que tenemos para acostumbrarnos a las cosas, las personas, las situaciones. Es cierto que muchas veces nos resulta sano ese acostumbrarse, si todo fuese siempre novedoso y sorprendente, tendríamos el corazón al borde del infarto cada dos minutos. Equilibrio, siempre buscar el equilibrio.

Pero, en otras ocasiones, ese acostumbrarse conlleva la pérdida de la sorpresa. Conocemos tan bien a las personas con las que vivimos que no esperamos de ellas nada nuevo. Conocemos su forma de hablar, de caminar, de toser, de respirar, sus miradas, opiniones,… queda poco margen para el misterio. Cuando alguna de estas personas saca «los pies del tiesto», inventando lo que consideramos originalidades, fruncimos el ceño y nos extrañamos, porque eso no entraba en el guión. ¿Qué le pasa a esta?, pensamos.

Lo vemos muy claro en el evangelio de hoy (Mc 6,1-6). La gente conocía a Jesús, lo habían visto crecer, correr por la calles, ayudar en casa, encontrarse con los amigos, ir a la sinagoga,… Conocían a su familia, habían estado en su casa muchas veces,… todo estaba colocado en su sitio, «como Dios manda». Y he ahí que este hombre empieza a decir cosas extrañas, a utlizar un lenguaje infrecuente, a desarrollar unas ideas y unas reflexiones poco comunes. Por no hablar de esos supuestos milagros, esas curaciones tan llamativas, impropias de los taumaturgos de la época. Resultado: absoluto estupor, abundante extrañeza, inevitable desconfianza. No es posible, ¿cómo va a hacer esto?, es uno del pueblo, «el hijo de la Remedios, la de la casa del pontón». Es uno normal y corriente, del montón. Demasiado humano para ser el origen de esas frases, de esos actos.

Los vecinos, en vez de dar un paso más y ver que tras la vulgaridad de Jesús se escondía la mano de Dios, lo que hacen es rechazar el acontecimiento extraordinario por estar este entremetido en la figura de un hombre ordinario.

Lástima de cortedad la suya.

Bueno, y la nuestra tantas veces. Que por no abrir los ojos como platos nos quedamos sin catar manjares nuevos.

Así que hoy, a dejarnos sorprender por todo lo extraordinario que nos encontremos.

No hay nada tan humano que no esté habitado por Dios.

Y esa era la idea, ¿no?