
27 Ago Rezar es abrirse a la posibilidad. Jesús rezó por ti.
Rezar por alguien es acordarse de esa persona, es establecer una relación de alma a alma, que es la que más vale, es decir que se quiere a esa persona y que quiero sentirme querida por ella. Rezar es amar, he ahí la gran fuerza de la oración.
En nuestra vida es muy común que alguien nos diga: “reza por mí”. Y esto es muy serio. Sobre todo cuando quien te lo dice te lo pide con toda la sinceridad del corazón. Nosotras decimos que en el espacio de nuestra capilla vuelan las oraciones de tantas personas que, como vosotros, de una u otra manera han acudido a este lugar con sed. Y nuestro servicio, nuestro ministerio, una de las riquezas de nuestra vocación, es mantener ese deseo vivo. Vosotros oráis, y cuando volvéis a vuestra rutina, quede vuestro deseo recogido en nuestra casa, y nosotras nos sentimos, de alguna manera, “guardianas” de vuestros sueños y vuestros dolores.
Y a todo esto se adelanta Jesús cuando le escuchamos decir, por ejemplo en el evangelio de Juan:
Pero no te ruego solamente por ellos,
sino también por todos los que creerán en mí por medio de su palabra.
Jn.17, 18-20
Jesús se anticipa a nuestra existencia y ya nos coloca en el centro de su corazón.
Cuando Jesús pronuncia esas palabras, su alma ha quedado íntimamente unida a mi existencia, a la mía y a la tuya. Él sabe que, aunque muera, su historia no es un fracaso y su mirada de caminante atraviesa el tiempo poniendo nuestro nombre, el de cada uno de los que nos decimos cristianos, en el regazo de su Padre, “que conoce cada uno de los pelos de mi cabeza”.
Y ahora ¿qué hago con este descubrimiento? ¿Cómo me sitúo ante este Jesús que ha pensado en mí cuando yo aún no existía, cuando no existían mis padres, mis abuelos, mis bisabuelos…? ¿Cuál es mi respuesta a ese inmenso amor que ha cruzado el tiempo? ¿Qué respondo ante tanta ternura, ante esa preocupación por mí? Cuando alguien pasa un rato conmigo, cuando dedica unos momentos a mandarme un correo electrónico, un mensaje por el móvil, cuando alguien pasea conmigo o “pierde” un rato a mi lado, tengo que ser conscientes de que ese momento es único, porque cada minuto es único. El tiempo es sagrado por ser único, por eso es sagrado que Cristo, que Dios humano, haya pensado en ti, ¡hace 2000 años!
“Cada persona, creada a imagen y semejanza de Dios, está destinada a marcar el proyecto de Dios con su aporte específico, tiene que crear el futuro, lo que nunca ha existido todavía. Solamente creando lo nuevo puede ser ella misma. Si no crea algo original, se va doblando sobre sí misma como una flor sin savia se extingue”.[1]
Esto es lo que Jesús ora por ti y por mí. Su mirada contemplativa, capaz de ver más allá de su presente, ruega para que cualquier persona pueda crear algo nuevo, algo original y no existente. ¿Y qué mejor que crear tu propia vida? Una vida anclada en Dios, una vida en la que puedas decir “Jesús oró por mí hace tiempo y yo no puedo faltar a esa cita”.
Dios confía en ti y en tu respuesta. Es él quien te dice:
“No te inquietes, confía en Dios y confía también en mí” (Jn.14,1)
[1] GONZÁLEZ BUELTA, B., Ver o perecer, Sal Terrae, Santander 2006, p.99.