oído suesa

Cuando la escucha nos hace sabias…

Querida amiga:

esto empieza a adoptar visos de ser un vicio. Nuestro intercambio semanal me ayuda a reflexionar y aprendo mucho a partir de tus comentarios. ¿A ti también te está enganchando esta historia que nos hemos montado?

En esta ocasión tuviste una idea estupenda al decidirte a venir y compartir un rato de conversación. También fue gran idea la de encender una barrita de incienso y tomar un té de comercio justo.  La tarde se llenó de sensaciones, y los sentidos estaban francamente aguzados. El olor del incienso, el sabor un poco amargo del té, lo que ambas escuchamos… Los momentos de silencio no resultan incómodos, son preludio de una confidencia nacida del corazón.

Agradezco tus palabras, sí, mi oído se hace más atento y mi espíritu cada vez se convence más de que es más sabio escuchar que hablar, sin importar quién esté delante, sin medir quién es más docto en la materia tratada. La sabiduría de Dios es la que hace que las palabras pronunciadas sean las justas, las precisas, para ese momento de intimidad.

El don del oído, ¿verdad? La cuaresma está muy vinculada a este sentido, el de la escucha.

Son muchas las horas del día en las que ondas sonoras entran por nuestras orejas hasta llegar al cerebro y generar una emoción.

Por ejemplo, la música, ¡qué capacidad tiene para modificar el estado de nuestra alma! O los gritos, las risas, los ruidos estridentes, el arrullo del mar o su bravura,… todo nos conmueve… si escuchamos.

Escuchar es un don. Escucharte, escucharme, escucharLE.

En ocasiones no queremos escuchar, nos implica demasiado. No nos gusta escuchar que la persona que queremos sufre. Tampoco nos gusta escuchar que nuestra vida está herida y resentida, y que nos pide tomar decisiones, girar el rumbo.

Escuchar a Dios. Me estremece escucharle cuando me llama, cuando me revela su nombre y me lo encuentro en el amanecer, en los pasos de las hermanas, en tu voz, en el silencio de la noche o en el ruido del trajín diario.

Necesitamos ser escuchadas, necesitamos pronunciar nuestros demonios para que salgan de nosotras. Y necesitamos volvernos dicípulas de la escucha, aprendizas del corazón ajeno. Por eso agradezco tu iniciativa de venir y charlar un rato, sin prisa, sin objetivos.

La cuaresma nos recuerda la obediencia del corazón, el «ob audire» del corazón.

«Despierta mi oído para que escuche como las personas sabias»

(cf.Is.50,4)

Lo dejo aquí, no sé qué se te ocurrirá para la próxima, ¡eres una caja de sorpresas!

Y ahora, con tu permiso, voy a escuchar el último disco de Ain Karem, tiene muy buena pinta 😉