vulnerabilidad Suesa

El misterio de la vulnerabilidad

Muchas veces se habla de la vulnerabilidad. Desde hace un tiempo cada vez más personas utilizan esa palabra.

No sé si acaba de gustar. En estos tiempos, tan «darwinianos», en los que con frecuencia sobrevive el más fuerte, hablar de vulnerabilidad es casi hablar de rendición, de fracaso.

Hoy queremos reflexionar, con sencillez y en voz alta, sobre nuestra vulnerabilidad cuando la enfermedad nos agarra con fiereza y nos deja a merced de otras manos.

No nos gusta estar enfermos, es obvio.  Tampoco nos gusta tener que depender de otras personas.

No nos gusta sentirnos débiles, dependientes. A veces nos vemos como una carga para la persona que ha de cuidarnos, sobre todo si es alguien cercano, si no es un profesional remunerado.

No nos educamos para reconocernos en la vulnerabilidad, y para poder ver en ella un regalo para nosotros mismos, y para los cuidadores.

«Te basta mi gracia, mi fuerza se realiza en tu vulnerabilidad».

¿No era eso lo que Pablo había escuchado de boca del Señor? Creemos que somos tan capaces de todo que también lo seremos cuando nos llegue la enfermedad. Y en ella no solo es necesario afrontar físicamente esa situación sino también afrontarla psicológica y espiritualmente.

Si nos agarramos fuerte de la mano de la humildad podremos vivir mejor ese tiempo. Un «hágase» continuo y confiado, dejando nuestro cuerpo en las manos de quien nos cuide, agradeciendo, pero sin sentirnos humillados, sin pensarnos motivo de trabajo extra. No, cuando tienen que cuidarnos estamos regalándonos mutuamente una oportunidad de encuentro profundo entre la necesidad y la generosidad.

«Te basta mi gracia, mi fuerza se manifiesta en su vulnerabilidad».

Pero a veces construimos unas relaciones tan efectivistas, o a veces tenemos una vida tan complicada (porque así la hemos hecho) que «perder el tiempo» junto a la persona enferma, vulnerable, no es sino eso, perder nuestro preciado tiempo.

Nos resulta difícil encontrar belleza en esa entrega, en esas noches largas de duermevela, en los dolores de espalda por cargar con el cuerpo inválido del enfermo, las jornadas continuas absorbidas por los olores de los medicamentos, las visitas a médicos, o el transcurrir lento de los días.

La vulnerabilidad es una buena puerta de entrada para el autoconocimiento, la aceptación, y la vivencia honda de la presencia sanadora de Dios.

Ayer celebrábamos el día del enfermo. Y hoy también, claro que sí.

«Os basta mi gracia, mi fuerza se manifiesta en vuestra vulnerabilidad».

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