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Entregar aquello que se recibe…

…es una manera de corresponder cuando, en ocasiones, no sabemos cómo agradecer lo que estamos viviendo.

Son muchas las personas que vienen al monasterio. Son muy diversas las edades, las motivaciones, las inquietudes. Algunas vienen creyendo que vendemos pastas,… y no, no las vendemos. Ni tan siquiera las hacemos.

Otras personas acuden por curiosidad, o porque se despistan del camino y acaban frente al edificio.

Algunas vienen porque quieren rezar y compartir con la comunidad una vida de fe, o una búsqueda inquieta, o desasosegada, o empecinada, o… entregada.

Somos testigos privilegiados de lágrimas derramadas por Encuentros producidos. Esas lágrimas las recogemos y las depositamos en los odres de Dios, esos que se transforman después en ríos de agua viva.

Y somos testigos del deseo de algunas personas de corresponder  «a lo que les damos», dicen. Y eso, inevitablemente, es un oximoron, es decir, aquella «figura retórica de pensamiento que consiste en complementar una palabra con otra que tiene un significado contradictorio u opuesto».

Nadie puede devolvernos aquello que no entregamos sino que somos.

Nuestra vocación monástica encuentra su significado en el simple hecho de  ser y de estar. Sin querer ser nada ni estar en ningún sitio. Sin querer pretender eficacias, ni cambiar nada alrededor. Simplemente siendo aquello que intuimos nos susurra el Espíritu. Cuando menos eficaces somos, cuando resulta que nos olvidamos de aquello que querríamos, es entonces cuando más fuerte se hace en nuestra vida la Ruah de Dios y más revolución provoca, en nosotras y en quienes se acercan.

¿Se puede pagar de alguna manera el regalo de mirar a un bebé dormido? ¡Y lo único que hace es dormir! ¿Y escuchar el sonido del mar?, ¿y oler la tierra tras la lluvia?

No se puede pagar aquello que es el mismo ser.

No hacemos nada.

Solo somos monjas trinitarias.

Pero… si aun con todo quieres tener un detalle con nosotras, con la vida monástica… conócenos más de cerca, y ora por y con nosotras.