estrellas suesa

A quien madruga… se le regalan las estrellas.

estrellas Abrir la ventana y encontrarla ahí, tan majestuosa como siempre, brillante,… La constelación de Orión, que se puede ver estos días si antes del amanecer, quienes vivimos en el hemisferio norte, posamos la mirada sobre el cielo, hacia el sur.

Las monjas nos levantamos para orar cuando aún no ha salido el sol, en un tiempo de la jornada especialmente propicio para la oración, para el encuentro con Dios.

Hoy teníamos un regalo preparado, el cielo estaba repleto de estrellas, no había nubes, tampoco se veía la luna, la oscuridad permitía contemplar, en el silencio de la noche, el universo.

El silencio previo al amanecer te permite centrarte en la verdad de tu vida. Y las estrellas ayudan, porque son muy viejas, tienen mucha sabiduría. Las estrellas llevan  años y años y años leyendo en la vida de los seres humanos.

Todo el ser queda parado, admirando, alabando, reconociendo que esas mismas estrellas  pudo verlas Jesús, cuando oraba por la noche, solo; o cuando celebraba fiestas con sus amigos,… o en la oscuridad de Getsemaní.  O María, al dar a luz a su hijo en aquel descampado junto a José, o al volver de Jerusalén buscando a su niño perdido, o en los días de las bodas de Caná, o en tantos otros días anónimos de su vida en los que se sentía criatura amada en las manos del Creador.

¿Es así, María, bendita entre todas las criaturas, como aprendiste a escuchar y a comprometerte con la Palabra?

¿Es así, Maestro, como llenaste tu vida de hondura y de Misterio?

En las estrellas dejamos nuestros sueños. Que viajen al pasado, posándose sobre quienes nos precedieron. Que permanezcan en el futuro, compartiendo nuestras noches de oración, fidelidad y espera.