Suesa

Volver a Galilea. Ecos de Pascua.

Fue necesario e imprescindible volver a mi Galilea particular para poder rememorar, revivir y poner palabras a una Pascua tan vívida como la que hemos disfrutado en el monasterio, no es una tarea fácil, si ya es complicado poner palabras a sentimientos y emociones, ¿cómo puedo describir algo tan inexplicable y personal como es el encuentro con Dios?.
Todo empieza con un “Dios está aquí y yo no lo sabía”, ¿cómo que no lo sabía?, claro que lo sabía, aunque a veces se me olvide, pero, después llegaba la duda ¿aquí, qué aquí, cuál es mi aquí?, y la cabeza a pleno funcionamiento, miles de imágenes, lugares, situaciones, personas, sueños, anhelos pasaban por mi mente, todo esto unos cuantos días antes de que empezara la Pascua, el corazón ya se iba preparando al latir de lo que iba a venir.
Una vez en el monasterio, la vida fluía como si nos conociéramos de siempre, muchas personas, de diferentes lugares, con distintos planteamientos, edades y carismas estábamos allí reunidos para compartir el centro de nuestras vidas y formando una comunidad encauzada hacia un mismo fin: recorrer cada momento con Jesús, beber del agua que nos ofrece, acoger el amor de Dios, participando de un mismo espíritu.
Hace falta poco tiempo para darte cuenta que Dios está presente, no hacían falta palabras, ni esquemas porque todo se iba descolocando con la cercanía, con cada gesto sencillo, de ternura, con las miradas, con las sonrisas, con los abrazos, con la escucha… cada momento de oración donde era fácil sentir la presencia De Dios tocando cada célula de mis entrañas. Incluso en el silencio de las comidas, al que tan poco acostumbrados estamos, tan complicado de conseguir, pero a la vez tan necesario y valioso, que contrasta con la música, la gente, una asamblea reunida cantando, danzando, participando e involucrada en celebrar la Liturgia unida, la mejor expresión de lo vivido estos días.
Han sido muchas reflexiones, muchos detalles, mucho compartir, que poco a poco tocan muy dentro, te remueven, te cuestionan, te transforman y me doy cuenta que Dios se cuela por cada rincón, filtra su amor verdadero e incondicional, pero sólo es en los momentos de soledad y silencio, cuando permito el encuentro profundo con Él, permitiendo que interpele en mi día a día, que me pregunte, me replantee y descubra cuál es realmente el sentido de mi vida.
Todo lo vivido en Suesa no se queda ahí, sino que somos testimonio de Resurrección en nuestra vida, porque el Espíritu habita dentro, muy dentro nuestro, transmitiendo la Luz de vida de Cristo, Jesús siempre Resucitado, inyectando VIDA con mayúsculas.
No quiero terminar sin decir un GRACIAS, gracias de verdad por todo, por invitarnos, por recibirnos, por abrirnos las puertas y hacernos sentir como en casa, por hacer posible estas vivencias, por el cariño, la escucha, los abrazos, las miradas, las risas, pero sobretodo por transmitir vuestra experiencia de Dios, tan natural, tan sencilla pero a la vez tan especial.
(I.)