
02 Feb Profesión Solemne
Edurne se incorporó a la comunidad de forma definitiva el día 8 de diciembre, mediante la profesión solemne. Esta es la reflexión que escribe unas semanas después:
«Entonces, en la misa del día 8, ¿cuál es el momento en que te haces monja?»
Unas semanas antes del día de mi profesión solemne alguien me preguntó: «Entonces, en la misa del día 8, ¿cuál es el momento en que te haces monja?». La primera reacción fue reírme. La pregunta sonaba a que me fuera a convertir en monja por arte de magia, como si de ser Edurne pasara a ser monja.
Después volví, una vez más, a la reflexión que sigue candente en mi interior: este camino de ser monja, ¿cuándo empieza y cuándo termina? Es cierto que hay un tiempo de formación, desde que ingresé en el monasterio hasta el día de la profesión solemne. En mi caso han sido ocho años; pero esas dos fechas no quieren decir que sean el comienzo y el final de este camino; o al menos, así lo vivo. Muchos días descubro a Dios en un cielo nublado en el que irrumpe algún rayo de sol. Recuerdo que de niña le hablaba al ver esa imagen. Y me sorprendo con una sonrisa bobalicona y este susurro «Señor, toda la vida contigo». Seguido pienso que más bien Él toda la vida conmigo, mientras que yo he andado con mis idas y venidas, subidas y bajadas… Ha sido Él quien ha estado siempre y permanece.
Compromiso definitivo
El día 8 de diciembre hice mi compromiso definitivo de permanecer en su presencia; de hacerlo como discípula de Jesús de Nazaret, siguiendo sus enseñanzas y viviendo en esta comunidad, la de las monjas trinitarias de Suesa. Y además, formando parte del sueño que tuvo Juan de Mata y comenzó a hacer realidad fundando nuestra Orden.
Disfrutamos de un día de comunión profunda, emotiva y emocionada, sostenida por la oración de diversas personas y comunidades religiosas allegadas a nuestra comunidad; también por vuestra oración, la que os agradezco desde estas líneas. La Celebración fue, sin duda, llena de Dios; sencilla, cuidada, mimada y en la que no dudaron en acompañarnos muchos amigos nuestros y familiares.
No contaba con su ausencia…
A pesar de salir todo tan bien ese día, vivimos una alegría «empañada» por las lágrimas. La semana anterior había fallecido mi madre, de una manera totalmente inesperada. Cuando yo había imaginado la profesión solemne no contaba con su ausencia, desde luego. Es más, ella me había dejado entrever la alegría que sentía por este paso que iba a dar. Los días siguientes a su fallecimiento otras personas me demostraron que esa alegría que yo le había percibido en realidad era auténtica ilusión. No contaba con su ausencia… y me atrevo a pensar que es por eso por lo que estaba tan presente en nuestro coro durante la Celebración.
Hay gente que en este paso ve un acto de valentía. Ya hubo una época en la que creí ser valiente y poder comerme el mundo; época en la que no necesitaba a Dios para nada. Ahora sé que soy cobarde; y que es por cobardía, porque soy vulnerable y limitada, por lo que necesito a Dios. ¡Bendita cobardía!