
09 Sep Domingo XXIII del Tiempo Ordinario
“Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos.”
Realmente el tema del perdón, de la reconciliación, es algo “sagrado”. Incluso diría que hace de puente entre lo divino y lo humano. Dicho de otra manera: el perdón nos hace parecernos más a Dios.
Y este fragmento del Evangelio de Mateo es una hermosa lección de lo que es la reconciliación y de lo implicadas que estamos todas en el buen o mal camino de nuestras hermanas.
El texto empieza diciendo: “si tu hermano peca.” Es decir, si descubres que alguien cercano va por mal camino tienes el deber de avisarle. Si te das cuenta de que su vida toma un rumbo deshumanizante: ¡díselo!
No, no se trata de que vayamos por la vida dando lecciones a los demás. Ni que juzguemos como pecado ajeno todo aquello que no cuadra con nuestros esquemas. No, eso no.
Pero si tenemos a alguien cercano precipitándose por malos caminos no podemos quedarnos callados. Y con respeto y humildad hay que saber decir lo que una ve.
Y es curioso cómo insiste el evangelio. “Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos… y si no hace caso, díselo a la comunidad…”
A quien se equivoca hay que darle más de una oportunidad. Hay que hacer todo lo posible por aquellas personas que andan perdidas. Salir a buscarlas una y otra vez. Cargarlas sobre los hombros y alegrarnos de recobrarlas. En eso nos parecemos a Dios Abba que no quiere que ni uno solo se pierda.
Sí, Dios necesita que nos apuntemos a “mujer que barre la casa” o “a pastor que busca ovejas perdidas”. A Él le interesan las últimas, las pequeñas, las perdidas… y siente una enorme predilección por ellas.
Oración
Aquí nos tienes, Trinidad Santa, dispuestas a buscar la moneda o la oveja perdida. Deseosas de que nuestro corazón se parezca cada vez más al tuyo y se movilice ante la debilidad humana. Amén.