Ecos de Pascua. Hágase.

Los días vividos en el monasterio fueron esto, vividos: no un mero recordatorio de lo que pasó, sino hacer esos hechos reales y presentes. Recorrí cada momento con Jesús, me transformé con él, de corazón a corazón, porque estuvimos bien encauzados y puestos en libertad (estaba dudando entre «puestos» o «dejados» pero creo que es esto, sí, «puestos en la libertad»). Me llegaron la ternura de los gestos, los «cómo estás», «cómo te va», sentir cercanía y comunidad, abrazos, aprender a mirar a los ojos. Y un lenguaje auténtico, profundo, sencillo, que no carga pesos en forma de culpabilidades, raciocinios, lejanías, «quizás algún día», «si no fuera como soy», sino que libera, se vuelve experiencia y alienta a caminar desde lo que se es. La manera de hablar, también: claro, despacio, seguro. A la vez firme y ligero, suave e interpelante. Que no riñe o impone, sino que comparte e invita (que no cierra, que abre).

Acoger el amor de Dios.

Llegué con un «hágase» intuitivo que se transformó en más real y profundo. Entendí que el «hágase» pasaba por acoger el amor de Dios, por dejarse hacer. Después, que serle fiel (a él, al «hágase») trae consecuencias. Que conlleva romperse para darse, repartirse, extenderse y para que pasen el aire y la luz dando vida. Para llegar a esto, a la Vida.

Y en este recorrido, ideas que me impulsaban, o rellenaban, o revaciaban: el cuerpo destrozado de Jesús; el amor entregado en la cruz; los brazos de Jesús extendidos; volver al útero de Dios (donde mejor se está del mundo); la Luz que por todos lados se cuela; ser hijas de Dios, preciosas a sus ojos, entregarle nuestra luz y nuestras sombras para que las transforme; dejar el «yo» para acoger y vivir el «nosotros» en unas nuevas relaciones; preparar los perfumes; el ayuno por la libertad y la conciencia (gracias por explicarlo tan bien, nunca lo había entendido). Y a mí qué donde están los demás, cómo son los demás. «Te he dado un corazón generoso, haz algo con él. Sé en él, sé desde él.»

Atreverse a la alegría.

Reconocer el miedo a ser feliz, a los sueños tapados con racionalidad, con búsquedas dispersas, hasta con querer hacer el bien. Pero los sueños no van de hacer, van de ser… Jesús es mi sueño. Atreverse a la alegría (esto lo dice el hermano Roger). No es tener los pies en la tierra, es que cuesta menos el desánimo que la esperanza, la oscuridad que la luz, la soledad que el acercarse («tú, que me quieres menos isla solitaria y más tierra de encuentro»), encerrarse que dejar entrar, repetir que crear, aburrirse que compartir, diferentes tonos de gris que los sueños, el asfalto que volar. Cuesta más dejar que pase pero una vez empieza es imparable… Y «Dios o los ídolos, decídete, el evangelio no admite días alternos.»

Las palabras toman su sentido si son escuchadas.

Esto es lo que he vivido… Gracias de verdad por todo, por invitarme, por cuidarme, por hacer posible todo lo que he contado… La verdad es que no me gustan las cosas inefables ni de hecho creo que existan, creo mucho en las palabras. Lo que hay son realidades que no quedan explicadas completamente cuando se explican de una sola manera, sino que hay que ponerles miles de palabras diferentes ordenadas de miles de maneras diferentes, en miles de lenguas diferentes y en miles de épocas y lugares diferentes. Una tarea de toda la humanidad, vaya… Y las palabras no son nada si solo son dichas, toman su sentido al ser escuchadas. Y lo que quiere significar quien las dice y el significado que cobran en quien las escucha raras veces coincide… Lo que quería decir con esta digresión de teoría del lenguaje es que no sé muy bien cómo deciros gracias ahora pero que vamos a seguir desarrollándolo para que sea un gracias con mucho sentido, y fruto, y lleno, y comunión.