Corazón

Segundo Domingo de Navidad.

“Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.”

(Lc 2, 16-21)

Hoy, el primer día del año, la Iglesia nos regala esta fiesta de María. En la que reconocemos que aquella muchacha de Nazareth es, nada más y nada menos, que la Madre de Dios. Decir algo así ya no nos sorprende, pero a la Iglesia primitiva le costó siglos de reflexión y algún concilio. Siempre a quienes más les cuesta es a los “especialistas”, la gente del pueblo lo intuyó mucho antes.

Desde muy pronto el corazón del pueblo conectó con el corazón de María, con el corazón de Dios y supo ver en ella lo mismo que había visto Dios: a la Madre de su Hijo. Sin necesidad de ningún tratado teológico. De la manera más espontánea y natural, las primeras seguidoras de Jesús fueron descubriendo la misteriosa grandeza, vestida de sencillez, de María.

Y la descubrieron no con todos esos oropeles que le hemos puesto después encima, sino como modelo humilde de respuesta a los planes de Dios.

¿Qué quiere decir esto? Pues que la Maternidad divina de María (como se diría en teología), no es un privilegio exclusivo de una criatura extraordinaria (como nos hace creer muchas veces alguna teología), sino una llamada a toda persona que quiera seguir a Cristo.

Sí, también nosotras estamos llamadas a “embarazarnos” de la Palabra de Dios, a darla a luz y ayudarla a crecer a nuestro lado. Sí, también nosotras estamos llamadas a ser “Madres de Dios” en nuestra historia personal. Pero no para que nos suban a los altares y nos veneren, sino para tomar el testigo de la muchacha sencilla de Nazareth y seguir haciendo posible hoy el plan amoroso de Dios.

Estamos invitadas a hacer nuestra la costumbre de María y conservar en el corazón todo lo que descubrimos como Presencia de Dios.

El mejor tributo, el adorno más valioso que podemos ofrecerle a María, no es oro, ni piedras preciosas, es nuestro compromiso fiel y responsable de avanzar como ella en el camino de fe, desde lo hondura de nuestro corazón.

Oración

Gracias de todo corazón, Trinidad Santa, por regalarnos a tu Hijo y el modelo humilde y sencillo de respuesta en María, la mujer bendita de Nazareth.

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